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El gigante de piedra de las montañas de Chiriquí julio 19, 2008

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CUENTOS DORACES

– XXVI –
EL SALVAJE

«El Salvaje» era un gigante de piedra que recorría la cordillera gritando y asustando a toda la gente. Como no tenía coyunturas él no podía sentarse nunca y para descansar se recostaba en las montañas. De la cumbre de Cerro Hornito daba un paso y quedaba en Cerro Viejo; daba otro paso y quedaba en la India Vieja y de allí a Cerro Horqueta y por último a los Picachos que quedan tras el Barú. En la mano llevaba una rama de árbol arrancada al pasar en su viaje, viaje que luego repetía al revés, perdiéndose entre los riscos del Pavón y Cerro Iglesia más allá de las montañas de Tole. Se decía que el «Salvaje» tenían una jauría de perros encantados a los que llamaba con el grito de «Chopo, jo, jo», y al que los perros contestaban con un ladrido distinto pues en vez de decir «jau, jau» dicen «jei, jei» en tono como de lamento o de temor.

Cuando el salvaje recostado en las rocas del Barú, se rascaba con ellas la espalda, temblaba la tierra.
Muchos cazadores y guaqueadores perdidos en las oscuras selvas cuentan que han oído los gritos del «Salvaje» llamando a sus perros, y hasta alguno ha visto su enorme cuerpo de piedra, inmóvil y silencioso entre los montes.

*Posiblemente el origen de este «cuento remoto» se halla en la existencia de estatuas colosales, dispersas entres los bosques, unas casualmente halladas, como los monolitos de Barriles; otras vistas de paso y otras aún no descubiertas.

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.

La piedra pintada de Caldera julio 19, 2008

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– XXII –

CUENTOS DORACES

LA PIEDRA PINTADA DE CALDERA

La así llamada Piedra Pintada, es una enorme piedra sobre la cual quién sabe qué manos de indios esculpieron dibujos y figuras, algunos de un trazado perfecto. El tiempo y los agentes atmosféricos han ido desgastando y borrando las figuras que aparecían en la cara superior, pero las que se encuentran en la cara perpendicular se ven perfectamente. Unos piensan que esa piedra fue un altar que los indios erigieron a sus antiguos dioses. Otros dicen que los doraces dejaron allí un mensaje representado con los signos ideográficos que ellos usaron para comunicarse unos con otros. Pero hay una tradición más: que bajo esa enorme piedra yace sepultado un gran tesoro compuesto por figuras de oro, las mismas figuras que aparecen dibujadas en la piedra. Ningún dorasque tocará ese tesoro, pero vendrán extranjeros que se apoderarán de él. Pondrán debajo «tierra de temblor y de fuego» y la piedra saltará en pedazos hasta el cielo. Los que hagan esto tendrán que huir en tres direcciones: hasta la mitad de la plaza de Caldera, hasta el llano de Troya, y hasta la «Vuelta del Jobo». Rota la piedra negra y la plataforma de piedra amarilla que cubre el depósito, encontrarán las figuras de oro. Ese tesoro está custodiado por un espíritu o «dago familiar» de los doraces y ninguno de la raza se expondrá a los males que le vendrían si intentase tocar el tesoro. Eso sólo lo harán blancos extraños y poderosos sobre los cuales no tienen poder los «dagos» del antiguo pueblo de los doraces. Mientras, allí sigue la piedra con su mole enorme, con sus signos misteriosos, memorial o mensaje que los indios de hoy muchas veces contemplan melancólicamente como si oyeran en ella el eco de una voz extinguida.

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.

El salto de los Nicaraguas en Boquete julio 19, 2008

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CUENTOS DORASQUES
EL SALTO DE LOS NICARAGUAS

A la entrada de Boquete, en el mismo lugar por donde hoy desciende la carretera al Bajo, hay dos mesetas o pequeñas planicies, una más alta que la otra, y que por estar cubierta de hierba se distinguían muy bien desde el Bajo. A estas mesetas las llamaban el «Salto de los Nicaraguas» porque allí acostumbraron a pasar una partida de nicaragüense que desde la Costa (Bocas del Toro) entraron a Chiriquí por el viejo camino usado por los doraces para ir a Changuinola a buscar pescado y otras cosas. Estos hombres trajeron mulas, animales poco conocidos y que hicieron huir espantadas a las yeguas que pastaban por el alto.

Allí en el alto de Boquete pasaron algún tiempo y luego bajaron a los llanos de Dole-go. Se portaron muy bien con los dorasques y éstos con ellos. De vez en cuando hacían sus salidas, pero nadie supo qué interés tenían ni qué buscaban. Ellos tenían herramientas y unos instrumentos de cortar piedra. Eso hace pensar que eran mineros. Con sus herramientas ellos arreglaron mucho los caminos, y aún por entre los desfiladeros del Salto se puede ver entre la maleza y las raíces, partes del camino empedrado por ellos. Por ese tiempo vivía en Dolega un indio llamado Jerónimo Samudio que era muy hábil pescador. Los nicaragüenses lo contrataron para que fuera con ellos y se fueron por el camino de Caldera, y siguiendo por Bajo Méndez llegaron hasta el río Chiriquí al lugar llamado «Charco de Mulas», porque no se sabe por qué misterio, en los arenales de la orilla se ven huellas de cascos de mulas, aunque nadie nunca ha visto los animales. Después de pasar un rato allí los nicas se metieron al agua y no volvieron a salir. Jerónimo Samudio también entró por el mismo vado y entró como a otro mundo, donde había sabanas, bosques y claros de montaña con sol, pero no vio por ninguna parte a los nicaragüenses. Los doraces creyeron que los nicaragüenses se habían ahogado, pero Jerónimo les dijo que no y que él no se había quedado con ellos porque aún no era tiempo. El le dijo a su mujer Catalina Gallegos: quédate en el pueblo con tu familia que yo me quedaré aquí. Ella le obedeció y él se quedó como jugando con el agua en el río Cochea, en el llamado Paso del Ganado, pero tampoco regresó a su casa. La mujer lloraba mucho y el padre de crianza de Jerónimo le decía: «¿Por qué lloras? Ya no te molestará más pidiéndote chicha y además antes de irse él dijo que quedarías abandonada». Más preocupado por las murmuraciones de la gente se fue a buscarlo o a saber algo de él. Se fue al río Chiriquí y se sentó por la noche en una gran piedra que hay a la orilla del Charco Luna. Se entretuvo fumando cuando le pareció que oía chasquido de piedras por las orillas del río. Vio venir un hombre que traía los pies calzados con planchas de laja azul (suaga) y el pecho todo cubierto con un peto de piedra. Ese hombre caminaba sin mover las piernas y al acercarse le dijo: «¿Qué hace aquí, tata? » A lo que el viejo contestó: «Venía a saber qué habías hecho». Si usted me busca, es porque quiere. Ustedes saben que- yo tenía contrato con los nicas y que me he quedado por mi gusto en las cabeceras del río Chiriquí para que nunca vaya a suceder una desgracia; con mi alma en pena yo seré el rescate de mi pueblo. Si usted quiere salir con bien, vaya a buscar el murciélago de oro que está entre las raíces del satra y la lanza que está al pie del algarrobo en el Paso del Ganado. Regresó Casimiro que así se llamaba el tata de Samudio y le contó todo al Gran Dorasque. Este le dijo que no parecía un hombre de experiencia para no comprender lo que quería decirle su hijo. Que la lanza era una víbora negra y el murciélago de oro un alacrán venenoso.

Hace siglos de esos sucesos extraños. Sólo queda en Boquete el nombre de Salto de los Nicaraguas y en Caldera, en el río Chiriquí, el «Charco de las Mulas» cuyo rebuznos se oyen en las noches serenas y el hermoso Charco de Luna en el que se le ve brillar entre las piedras azules del fondo, como camino de un país encantado.

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.