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El oro verde y la United Fruit Company en Panamá marzo 2, 2008

Posted by BPP in Agricultura, Agroindustria, Bananeras, Chiriquí.
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El oro verde

Después de más de 70 años de operación en Puerto Armuelles, Chiquita Brands deja el negocio de la producción de fruta y vende sus activos a los trabajadores

Ana Teresa Benjamín
abenjami@prensa.com

Finca Las Delicias, 1921

Michael Theodore Snyder se casó en 1890 con Seveline Elizabeth Matthews, y vivían en una casa de madera de dos pisos en la ciudad de Bocas del Toro, cuando Bocas todavía estaba inundada de mar y enfermedades.

La ciudad se había expandido sobre un manglar pantanoso y malsano, donde los edificios se conectaban por pasadizos angostos sobre el agua. El terreno incentivaba la malaria y la fiebre amarilla, entre otras enfermedades.

Tal vez no era el mejor sitio para vivir, pero sí para hacer negocio. Snyder había fundado, junto con sus hermanos Charles Louis y Joseph Alfred, la Snyder Brothers Banana Company, que tuvo sus sembradíos de banano a lo largo de la Laguna de Chiriquí, en Cricamola, Chiriquí Grande, Robalo, Uyama, Caucho y Monkey Cay.

Muy pronto dejarían de estar solos. Los Snyder decidieron unirse a Minor C. Keith, que ya tenía un imperio bananero en Costa Rica, para continuar la producción y venta de la fruta. Bocas creció a la par del negocio bananero y otros grupos económicos comenzaron a interesarse en la actividad. Uno de ellos fue la United Fruit Company (UFC).

La UFC se formó en 1899 de la fusión de la Boston Fruit Company y las compañías de Minor C. Keith. Ese mismo año, la UFC también compró la compañía de los hermanos Snyder. Fue así como empezó la actividad de la transnacional estadounidense en Panamá.

 

Decadencia en Bocas, auge en el Pacífico

Entre 1930 y 1940, la producción de banano en la provincia de Bocas del Toro llega a sus niveles más bajos debido a la aparición de la sigatoka. El personal clave y de alta jerarquía administrativa fue trasladado desde Bocas hacia las nuevas divisiones de la empresa ubicadas en el lado Pacífico panameño. Otra parte se fue a Golfito, en Costa Rica.

Uno de los primeros pobladores de la región baruense fue Eliseo Serna, quien se estableció allí cuando el territorio aún era selvático, por el año 1910. Serna había trabajado con Snyder en Bocas del Toro y viajó hacia el Pacífico cuando se enteró de que la United Fruit Company estaba gestionando con el gobierno panameño su traslado a Chiriquí.

En 1914 se hizo el primer intento de colonización masiva en el lado del Pacífico panameño, cuando la compañía azucarera estadounidense Panama Sugar Company estableció en Progreso sus oficinas principales. Luego, esta empresa se declararía en quiebra y sus propiedades fueron embargadas por el Banco de Chiriquí y Charles Wilson, quienes las vendieron a la UFC.

En 1924, un contrato del gobierno con la compañía norteamericana G.G. Way para la construcción de un ferrocarril entre Rabo de Puerco y Concepción, trajo como consecuencia inmediata el establecimiento de la industria bananera en el Pacífico.

Ya para 1926 una comisión de agrónomos y científicos de la UFC arribaba a la zona baruense para encontrar tierras aptas para el cultivo de banano.

En 1927, cuando la recién formada Chiriqui Land Company (Chirilanco) estaba ya por Chiriquí, Serna tenía grandes plantaciones de banano y se las vendió a la transnacional. En 1927 la empresa firma su primer contrato de concesión con el Estado, con el cual se le da derecho de construir y poner en servicio una o más vías férreas del ferrocarril nacional que une a Puerto Armuelles y Progreso, además de utilizar ilimitadamente los recursos naturales, construcción de represas y acueductos, plantas eléctricas, fábricas, hospitales, escuelas, viviendas… La Chirilanco construyó toda la infraestructura que necesitaba en el Pacífico, tal como lo había hecho en el Atlántico.

En 1935 comenzó la construcción de proyectos de vivienda, con una clara diferencia para los jefes norteamericanos, los supervisores y los trabajadores. Es así que se creó una «zona americana», un «spanish town» y un «servant city».

El primer embarque de fruta se hizo el 22 de enero de 1929 hacia San Francisco y constó de 750 racimos de banano. A medida que crecían las exportaciones y aumentaba la población en Puerto Armuelles, en las áreas de las fincas se levantaban barracas y se nombraba a las fincas con nombres de árboles del lugar, como Níspero, Palo Blanco, Baco, Balsa y Guayacán, entre otros.

La actividad disminuyó durante los años de la II Guerra Mundial, ya que dejó de plantarse banano para cultivar cáñamo de Manila, una planta biológicamente similar al banano, pero que se utilizaba para producir fibras para sogas.

 

Cambio de dueño

Oficina de la United Fruit Company en la isla de Bocas del Toro, a principios del siglo XX, al fondo, al centro.

Más de 70 años después de esos primeros viajes exploratorios a Chiriquí y del establecimiento de la empresa en el Pacífico panameño, la transnacional, hoy Chiquita Brands Company, decide vender sus activos de la subsidiaria Puerto Armuelles Fruit Company (PAFCO). Llevaba 100 millones de dólares en pérdidas acumuladas en los últimos cinco años, y Chiquita no estaba dispuesta a seguir subsidiando la operación.

La operación no fue fácil. Pasaron varios meses antes de que PAFCO y los sindicalistas agrupados en SITRACHILCO lograran ponerse de acuerdo sobre los términos de la venta, no sin el papel decisivo del gobierno, que a mediados de junio dio luz verde al contrato entre el Estado, PAFCO y SITRACHILCO, suscrito preliminarmente en abril de 2003.

En la práctica, el contrato significa que los mismos trabajadores que durante años mantuvieron tensas relaciones con la empresa, son los dueños hoy de las tres mil hectáreas que PAFCO arrendaba al Estado por 700 mil dólares anuales en Puerto Armuelles.

La transacción tuvo un precio de 20 millones de dólares con un contrato de compra exclusivo de la fruta con Chiquita por un período de 10 años. En la operación fueron liquidados 2 mil 800 trabajadores, aunque se prevé que muchos de ellos comenzarán a trabajar en COOPSEMUPAR, la cooperativa de trabajadores de la SITRACHILCO que negoció con PAFCO.

Chiquita, por su parte, aún opera las poco más de cinco mil hectáreas en donde cultiva banano en la provincia de Bocas del Toro.

Publicado originalmente en La Prensa el 27 de julio de 2003.

Puerto Armuelles, Tierra de las Arenas agosto 22, 2007

Posted by BPP in Historia, Puerto Armuelles.
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Puerto Armuelles, Tierra de las Arenas

Puerto Armuelles es la capital política y económica del Distrito de Barú, localizado en el extremo suroccidental del Istmo de Panamá. Es la ciudad más alejada de la capital panameña con una distancia aproximada de poco más de 550 km.

Mire a Puerto Armuelles en:

1- Puerto Armuelles en OpenStreetMap (OSM)

2- Puerto Armuelles en MapQuest Open

3- Ubicación Puerto Armuelles en Panamá (Google Maps)

Puerto Armuelles visto desde un satélite

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SI UD. ES DE PUERTO ARMUELLES AGREGUE INFORMACIÓN AQUÍ: http://www.guiarte.com/destinos/centro-america/poblacion_panama_puerto-armuelles.html

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Debido a que el pueblo de Barú creció muy rápidamente, desde la llegada de sus primeros pobladores, el Presidente Juan Demóstenes Arosemena lo constituyó en una Comarca. Los primeros pobladores fueron Eliseo Serna y Pablo Castillo Araúz, quienes se dedicaron a la cría de cerdos (puercos) y otras actividades en el lugar, llamado «Rabo de Puerco» en la desembocadura del Río que también se llama Rabo de Puerco. El 27 de febrero de 1924 se le cambió el nombre por Puerto Armuelles. El primer Alcalde de Barú fue Teodicio Rodríguez y el Capitán del Puerto, Fidel Hernández.

El nombre Puerto Armuelles proviene del apellido del Coronel Tomás Armuelles, veterano de la Guerra de Coto que pereció el día 18 de marzo de 1921 en un accidente ferroviario en el Puerto de Pedregal en David y en su honor se cambió el nombre de Rabo de Puerco por el de Puerto Armuelles.

Puerto Armuelles, Av. del Malecón

Es conocida como tierra de las arenas debido a que la mayor parte del área urbana donde se edificó la ciudad y las barriadas de la United Fruit Company está compuesta de suelo totalmente arenoso. Algunas barriadas como Barriada El Carmen (antiguo Silver City) eran comunidades con suelo evidentemente arenosos de origen marino. De hecho el nombre silver city, no sólo tuvo una connotación social, sino que se debió a la textura del terreno donde fue asentada.

Técnicamente la ciudad (sitio urbano como tal) de Puerto Armuelles (no el corregimiento que es mucho más extenso) se extiende desde el Río San Bartolo al este hasta el Río Corotú en el oeste, al sur el Oceáno Pacífico y al norte limita con el territorio construido de Agua Buena, Monteverde y Altos de San Vicente.

Silve City, Barriada El Carmen calle principal

Antiguamente Silver City. Hoy Barriada El Carmen, calle principal.

Como su nombre lo indica, Puerto Armuelles es una región de puertos. En la actualidad tiene 4 puertos de gran calado para el arribo de barcos. El muelle fiscal, ubicado en el Barrio Nacional en el centro de la ciudad y a orillas del Golfo de Chiriquí fue uno de los principales sitios de exportación de bananos durante varias décadas hastas finales de los noventa (1990). Poco a poco a caido en desuso y el abandono, típico de administraciones corruptas e incapaces, que nos les importa con que patrimonio de esta naturaleza e importancia se pierda.

Puerto Armuelles malecón

Vista de la playa al lado del muelle fiscal de Puerto Armuelles y el malecón.

Puerto Armuelles, Silver City, El Carmen

Barrio Nacional en el Centro de Puerto Armuelles.

La década de 1970, 1980 fueron las épocas de oro de la exportación de bananos desde desde este puerto hacia puertos europeos. En la actualidad sólo barcos de pesca cargan combustible y se aprovisionan en este muelle.

Los otros tres muelles, corresponden a un juego de muelles que conforman las instalaciones de Petroterminales de Panamá (PTP) que están ubicados en la famosa Bahía denominada Bahía de Charco Azul, que consiste en una fosa marina de varios cientos de metros de profundidad, ya que en todo el sector periférico de la Península de Burica casi no existe plataforma marina continental. Estos muelles en la actualidad son funcionales, pero están operando a baja capacidad en comparación la década de 1980 y principios de 1990, cuando, luego del desastroso derrame de petróleo del barco petrolero Exxon Valdés, el negocio de la PTP decayó enormemente. También influyó el hecho que EEUU dejara de utilizar las reservas de petróleo de Alaska hasta un segundo momento de necesidad.

La ciudad cosmopolita en el último rincón del país

Puerto Armuelles es el centro urbano más distante de la ciudad de Panamá, capital de República. Está localizado a 500 km de distancia, sin embargo es hoy por hoy, así como lo fue en el pasado, el lugar de país más cosmopolita y con comportamiento social urbano similar a un residente de la capital. En las áreas rurales por su parte, existe una población campesina con hábitos sociales, similares con el resto de la provincia de Chiriquí.

Ese aspecto cosmopolita se consolidó por la gran afluencia de marineros de todas partes de mundo, por la economía estilo norteamericano, por la cercanía de la frontera con Costa Rica y por la gran distancia de la ciudad capital.

Clases sociales o castas asociados a la actividad bananera

La United Fruit Company, conocida en sus mejores momentos, como «Mamita Yunai» diseño un sistema de escala social en la actividad bananera que explotaba, basado en las responsabilidades e ingresos de sus trabajadores. Así se construyeron barriadas con nombres similares a Estados Unidos como la barriada California, Los Angeles, San José, Spanish Town, entre otras. Por ejemplo, la barriada Los Ángeles y San José fueron diseñadas para empleados administrativos de características urbanas, oficinistas y afines. También para trabajadores calificados de los talleres de electricidad, telefónica, ebanistería y mecánica. También se creó la Barriada Fábrica de Cajas, que era para los obreros que laboraban en la fábrica de cajas que utilizaba la compañía.

La barriada Spanish Town fue construida para jefes de niveles medios en diferentes infraestructuras y actividades de la empresa, tales como jefes de muelles, de locomotoras, talleres y actividades afines.

La mejor barriada de Puerto Armuelles se le llamó La Zona, hoy conocida como Barriada Las Palmas, ya que era un emporio similar en arquitectura y urbanismo a la antigua zona del Canal. Se trataba de la barriada donde vivía la gente «rica» y poderosa de Puerto Armuelles. Se trataba de lo jefes y ejecutivos de más alto rango de la empresa: Gerente General, Subgerente, Superintendentes y cargos afines. Ellos vivían en un mundo de privilegios y comodidades realmente envidiables. Eran casas enormes de dos pisos, garages, espaciosas áreas verdes con jardineros, mozos pagados por la empresa y empleadas de oficio, usualmente pagadas por ellos mismos. Tenían una escuela primaria y secundaria con calendario de clases norteamericano, más club social de lujo, canchas de golf, de golfito, de beisbol.

En la década de 1980 la carencia de casas hizo crisis y comenzaron a proliferar las comunidades de precaristas en antiguos sitios ocupados por la United Fruit Company, tal es el caso de la Barriada El Retorno, que se asentó en un antiguo vertedero de basura; Flor de Lima y Corazón de Jesús en antiguas fincas de propietarios privados.

POR FAVOR. ESTE SÓLO ES UN BOCETO DE HISTORIA DE PUERTO ARMUELLES.

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LA IDEA ES ARMAR UNA HISTORIA COLECTIVA DE PUERTO ARMUELLES

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Charco Azul

Puerto Armuelles se llena de nostalgia junio 26, 2006

Posted by BPP in Barú, Historia, Puerto Armuelles.
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CHARCO AZUL. LOS PORTEÑOS ESPERAN QUE OXY, UNA EMPRESA ESTADOUNIDENSE, ESTABLEZCA UNA REFINERÍA.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia

El bajón del negocio bananero en la cabecera del distrito de Barú, en la provincia de Chiriquí, ha provocado una intensa migración hacia otras áreas de la provincia. De los más de 46 mil habitantes que eran en 1990, en 2000 eran unos 22 mil. En los mejores tiempos había hasta 10 mil trabajadores en las bananeras, ganando hasta 2 mil dólares mensuales. Los ‘menos afortunados’ tenían salarios de 300 mensuales. El pueblo era una algarabía de gente, fiesta y dinero.

Ana Teresa Benjamín
Flor Bocharel Q.
Fotos: Demóstenes Angel

panorama@prensa.com

Todo comienza aquí, entre la humedad de los bananales. El trabajo de corte está organizado en cuadrillas de dos jornaleros, que deben cortar un número determinado de racimos para llenar los contenedores.697205 Dicen los que lo conocen bien que Puerto Armuelles ya no es el de antes. La actividad comercial ha bajado drásticamente y no extraña: 60% de los porteños está desempleado.

En los 34 años que lleva viviendo, Edgar Alexander Martínez no ha conocido otra cosa que la savia pegajosa del racimo recién desgajado del guineo verde.

«Toda mi vida he estado aquí», cuenta, casi con pena, mientras en el caserío de Finca Blanco de las bananeras de Puerto Armuelles la lluvia no termina.

Edgar es jornalero y nunca pensó que la bonanza del negocio bananero acabaría algún día. No tenía por qué, después de todo, porque desde que pudo abrir sus ojos no vio otra cosa que bananales inmensos y barcos grandísimos que llegaban al puerto a recoger la fruta que él cortaba.

Puerto Armuelles fue, por décadas, un remolino constante. Los jornaleros cortaban la fruta que se empacaba y viajaba, en tren, hasta el ‘mismísimo’ puerto. Allí entraban en acción los hombres curtidos del muelle, los mejor pagados. Para producir la fruta se había creado una fábrica de cajas y, para mantener en condiciones los equipos, un taller electromecánico.

Este ir y venir propició la apertura de restaurantes, bares y prostíbulos. Hasta un buen cine había y también clubes sociales. Eso sí, uno para la alta administración, otro para el pueblo.

Desde siempre, claro, Edgar supo que la dueña de todas las plantaciones, de todas las máquinas, de casi todo Puerto Armuelles, no era otra que Mamita Yunait.

«Mamita» empleaba a casi todos, pagaba salarios de oro, proveía el transporte escolar, recogía la basura, y hasta les vendía la cerveza a los trabajadores allí mismo, en los comisariatos de las fincas.

Quizás por eso es que Edgar no se sentía ni un poquito incómodo cuando se le quemaba un foco de la casa donde vivía y se sentaba a esperar que algún empleado de la Chiquita Brands llegara a reemplazarlo. «La casa no era mía», decía.

Pero ahora solo llueve. Sin más alegría que la esperanza. Edgar espera al tercer hijo y el piso de madera de la casa donde vive se deshace con las polillas.

«Antes, la cosa estaba mejor», cuenta Yeimy, su esposa. «Antes no pagábamos agua ni luz», agrega. «Cuando llegaba la quincena había plata. Ahora compras el alimento y ya se va».

Por su trabajo, Edgar recibe ahora unos 100 dólares mensuales, después de todos los descuentos comerciales y la deducción para la cuota del Seguro Social. Resulta, sin embargo, que la atención que recibe en el Seguro es a medias. «Te atienden, pero a la hora de buscar las medicinas no te las dan», cuenta.

La Cooperativa de Servicios Múltiples de Puerto Armuelles (Coosemupar), la dueña del negocio bananero desde el 30 de junio de 2003, tiene una deuda de 3 millones de dólares con la institución y lejos está de saldarla.

Aunque gorda, estos millones son la mínima parte de las deudas pendientes de Coosemupar: en total se deben 34 millones de dólares, una cantidad de dinero que está por estrangular a la cooperativa y que amenaza con desaparecer a los últimos 2 mil 800 trabajadores que todavía dependen de lo que antes fue la próspera actividad del «oro verde».

La tristeza de un puerto

Todos dicen lo mismo. Casi no importa que suene a cliché, porque en Puerto Armuelles parecen pensar que todo tiempo pasado fue mejor.

Lo dice Carlos Maestre, por ejemplo, director médico del Centro de Salud de pueblo, que pareciera que está por derrumbarse. «Me tocó ver cómo cayó Puerto Armuelles», relata, mientras saca cuentas mentales para decir, por fin, que en tres años la cantidad de pacientes que atiende ha bajado 40%. «Se han ido a David, a Paso Canoa, a Concepción», explica.

Los números le dan la razón. En los censos de 2000 -cuando la crisis bananera ya había empezado y prometía empeorar- la cantidad de habitantes de Puerto Armuelles (cabecera del distrito de Barú) era de 22 mil 755 personas. Diez años antes eran muchísimos más: 46 mil 93.

Y es que Puerto Armuelles era, sin duda, un imán. Un muellero ganaba fácilmente 2 mil dólares al mes y el peor pagado se hacía 300.

Precisamente este auge atrajo a Eustaquio González, hace quién sabe cuántos años. A los 12 años se sintió lo suficientemente hombre como para buscar empleo. Salió de Gualaca, su pueblo natal, y atravesó el río Chiriquí para alcanzar la ciudad de David. Allí trabajó un tiempo, reunió unos «realitos» y se puso como destino Rabo de Puerco, el antiguo nombre de Puerto.

«Hablé con el foreman de Finca Lechoza, y como era muy joven me asignaron el trabajo de ‘yardero», cuenta hoy, sentado en las escaleras desvencijadas de la otrora gloriosa oficina central de Chiquita en el pueblo.

González consiguió un cuarto en los campamentos de la finca y compraba comida en los comisariatos. «La leche costaba 10 centésimos el litro; y la carne, 50 centésimos la libra». Pero ahora la historia es muy distinta.

Dice Magaly Cubilla -ahora directora del Primer Ciclo de Puerto Armuelles- que el principio del final empezó en 1981, cuando la compañía cerró el Departamento de los Comisariatos, en donde trabajaba su padre, Domingo Cubilla.

Lo que pareció un desastre al principio, al final fue un salvavidas. Como para Domingo fue muy claro que Chiquita no duraría para siempre, ligero mandó a sus hijos a David, para que terminaran sus estudios. «Fui a la universidad manejando taxi en el día», cuenta la profesora.

Por eso que, hoy día, la directora es una de las pocas en Puerto que no depende directamente de la bananera para sobrevivir.

Sin embargo, tampoco ella pierde las esperanzas en la fruta. «Yo creo en la rehabilitación de las bananeras», comenta, sin olvidar ese proyecto que todos comentan y que dicen será, por fin, el remedio contra todos los infortunios: la refinería en la bahía de Charco Azul.

«Le apostamos a la refinería», dice Carlos Carbonó, presidente de la Cámara de Comercio de Puerto Armuelles. Una refinería de la cuarta petrolera más grande de Estados Unidos, la Oxy. Un proyecto de 6 mil millones de dólares que todavía está en veremos.

Una esperanza que, después de todo, sigue siendo gringa.

La otra ‘zona’ en Panamá

En Puerto Armuelles nadie habla de césped ni de grama; todos allí le dicen «yarda». Si se pregunta por un capataz es probable que pocos entiendan, porque en el pueblo todos los conocen por el «foreman».

Puerto Armuelles nació bajo el paraguas de Chiquita Brands que construyó carreteras, viviendas y alcantarillados alrededor de miles de hectáreas de tierras que utilizó, por décadas, para la siembra del banano.

En los mejores tiempos se vendieron 40 millones de cajas; hoy, no salen ni 10 millones.

Como un pequeño reino estadounidense, los barrios de Puerto tenían nombres en inglés. La Buena Vista de hoy, por ejemplo, se llamaba Spanish Town. La Barriada El Carmen era la Silver City, la barriada de los muelleros.

La zona más exclusiva era Las Palmas, en donde hoy funciona Las Palmas School. No todos entraban a «la zona», por supuesto. Había garita para controlar las entradas y salidas.

La compañía también construyó casas en barrios a los que llamó California y Los Ángeles. Los trabajadores que no vivían en las bananeras tuvieron la opción de comprar casas a muy bajos precios en estos lugares.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia junio 26, 2006

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CHARCO AZUL. LOS PORTEÑOS ESPERAN QUE OXY, UNA EMPRESA ESTADOUNIDENSE, ESTABLEZCA UNA REFINERÍA.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia

El bajón del negocio bananero en la cabecera del distrito de Barú, en la provincia de Chiriquí, ha provocado una intensa migración hacia otras áreas de la provincia. De los más de 46 mil habitantes que eran en 1990, en 2000 eran unos 22 mil. En los mejores tiempos había hasta 10 mil trabajadores en las bananeras, ganando hasta 2 mil dólares mensuales. Los ‘menos afortunados’ tenían salarios de 300 mensuales. El pueblo era una algarabía de gente, fiesta y dinero.

Ana Teresa Benjamín
Flor Bocharel Q.
Fotos: Demóstenes Angel

panorama@prensa.com

Todo comienza aquí, entre la humedad de los bananales. El trabajo de corte está organizado en cuadrillas de dos jornaleros, que deben cortar un número determinado de racimos para llenar los contenedores.697205 Dicen los que lo conocen bien que Puerto Armuelles ya no es el de antes. La actividad comercial ha bajado drásticamente y no extraña: 60% de los porteños está desempleado.

En los 34 años que lleva viviendo, Edgar Alexander Martínez no ha conocido otra cosa que la savia pegajosa del racimo recién desgajado del guineo verde.

«Toda mi vida he estado aquí», cuenta, casi con pena, mientras en el caserío de Finca Blanco de las bananeras de Puerto Armuelles la lluvia no termina.

Edgar es jornalero y nunca pensó que la bonanza del negocio bananero acabaría algún día. No tenía por qué, después de todo, porque desde que pudo abrir sus ojos no vio otra cosa que bananales inmensos y barcos grandísimos que llegaban al puerto a recoger la fruta que él cortaba.

Puerto Armuelles fue, por décadas, un remolino constante. Los jornaleros cortaban la fruta que se empacaba y viajaba, en tren, hasta el ‘mismísimo’ puerto. Allí entraban en acción los hombres curtidos del muelle, los mejor pagados. Para producir la fruta se había creado una fábrica de cajas y, para mantener en condiciones los equipos, un taller electromecánico.

Este ir y venir propició la apertura de restaurantes, bares y prostíbulos. Hasta un buen cine había y también clubes sociales. Eso sí, uno para la alta administración, otro para el pueblo.

Desde siempre, claro, Edgar supo que la dueña de todas las plantaciones, de todas las máquinas, de casi todo Puerto Armuelles, no era otra que Mamita Yunait.

«Mamita» empleaba a casi todos, pagaba salarios de oro, proveía el transporte escolar, recogía la basura, y hasta les vendía la cerveza a los trabajadores allí mismo, en los comisariatos de las fincas.

Quizás por eso es que Edgar no se sentía ni un poquito incómodo cuando se le quemaba un foco de la casa donde vivía y se sentaba a esperar que algún empleado de la Chiquita Brands llegara a reemplazarlo. «La casa no era mía», decía.

Pero ahora solo llueve. Sin más alegría que la esperanza. Edgar espera al tercer hijo y el piso de madera de la casa donde vive se deshace con las polillas.

«Antes, la cosa estaba mejor», cuenta Yeimy, su esposa. «Antes no pagábamos agua ni luz», agrega. «Cuando llegaba la quincena había plata. Ahora compras el alimento y ya se va».

Por su trabajo, Edgar recibe ahora unos 100 dólares mensuales, después de todos los descuentos comerciales y la deducción para la cuota del Seguro Social. Resulta, sin embargo, que la atención que recibe en el Seguro es a medias. «Te atienden, pero a la hora de buscar las medicinas no te las dan», cuenta.

La Cooperativa de Servicios Múltiples de Puerto Armuelles (Coosemupar), la dueña del negocio bananero desde el 30 de junio de 2003, tiene una deuda de 3 millones de dólares con la institución y lejos está de saldarla.

Aunque gorda, estos millones son la mínima parte de las deudas pendientes de Coosemupar: en total se deben 34 millones de dólares, una cantidad de dinero que está por estrangular a la cooperativa y que amenaza con desaparecer a los últimos 2 mil 800 trabajadores que todavía dependen de lo que antes fue la próspera actividad del «oro verde».

La tristeza de un puerto

Todos dicen lo mismo. Casi no importa que suene a cliché, porque en Puerto Armuelles parecen pensar que todo tiempo pasado fue mejor.

Lo dice Carlos Maestre, por ejemplo, director médico del Centro de Salud de pueblo, que pareciera que está por derrumbarse. «Me tocó ver cómo cayó Puerto Armuelles», relata, mientras saca cuentas mentales para decir, por fin, que en tres años la cantidad de pacientes que atiende ha bajado 40%. «Se han ido a David, a Paso Canoa, a Concepción», explica.

Los números le dan la razón. En los censos de 2000 -cuando la crisis bananera ya había empezado y prometía empeorar- la cantidad de habitantes de Puerto Armuelles (cabecera del distrito de Barú) era de 22 mil 755 personas. Diez años antes eran muchísimos más: 46 mil 93.

Y es que Puerto Armuelles era, sin duda, un imán. Un muellero ganaba fácilmente 2 mil dólares al mes y el peor pagado se hacía 300.

Precisamente este auge atrajo a Eustaquio González, hace quién sabe cuántos años. A los 12 años se sintió lo suficientemente hombre como para buscar empleo. Salió de Gualaca, su pueblo natal, y atravesó el río Chiriquí para alcanzar la ciudad de David. Allí trabajó un tiempo, reunió unos «realitos» y se puso como destino Rabo de Puerco, el antiguo nombre de Puerto.

«Hablé con el foreman de Finca Lechoza, y como era muy joven me asignaron el trabajo de ‘yardero», cuenta hoy, sentado en las escaleras desvencijadas de la otrora gloriosa oficina central de Chiquita en el pueblo.

González consiguió un cuarto en los campamentos de la finca y compraba comida en los comisariatos. «La leche costaba 10 centésimos el litro; y la carne, 50 centésimos la libra». Pero ahora la historia es muy distinta.

Dice Magaly Cubilla -ahora directora del Primer Ciclo de Puerto Armuelles- que el principio del final empezó en 1981, cuando la compañía cerró el Departamento de los Comisariatos, en donde trabajaba su padre, Domingo Cubilla.

Lo que pareció un desastre al principio, al final fue un salvavidas. Como para Domingo fue muy claro que Chiquita no duraría para siempre, ligero mandó a sus hijos a David, para que terminaran sus estudios. «Fui a la universidad manejando taxi en el día», cuenta la profesora.

Por eso que, hoy día, la directora es una de las pocas en Puerto que no depende directamente de la bananera para sobrevivir.

Sin embargo, tampoco ella pierde las esperanzas en la fruta. «Yo creo en la rehabilitación de las bananeras», comenta, sin olvidar ese proyecto que todos comentan y que dicen será, por fin, el remedio contra todos los infortunios: la refinería en la bahía de Charco Azul.

«Le apostamos a la refinería», dice Carlos Carbonó, presidente de la Cámara de Comercio de Puerto Armuelles. Una refinería de la cuarta petrolera más grande de Estados Unidos, la Oxy. Un proyecto de 6 mil millones de dólares que todavía está en veremos.

Una esperanza que, después de todo, sigue siendo gringa.

La otra ‘zona’ en Panamá

En Puerto Armuelles nadie habla de césped ni de grama; todos allí le dicen «yarda». Si se pregunta por un capataz es probable que pocos entiendan, porque en el pueblo todos los conocen por el «foreman».

Puerto Armuelles nació bajo el paraguas de Chiquita Brands que construyó carreteras, viviendas y alcantarillados alrededor de miles de hectáreas de tierras que utilizó, por décadas, para la siembra del banano.

En los mejores tiempos se vendieron 40 millones de cajas; hoy, no salen ni 10 millones.

Como un pequeño reino estadounidense, los barrios de Puerto tenían nombres en inglés. La Buena Vista de hoy, por ejemplo, se llamaba Spanish Town. La Barriada El Carmen era la Silver City, la barriada de los muelleros.

La zona más exclusiva era Las Palmas, en donde hoy funciona Las Palmas School. No todos entraban a «la zona», por supuesto. Había garita para controlar las entradas y salidas.

La compañía también construyó casas en barrios a los que llamó California y Los Ángeles. Los trabajadores que no vivían en las bananeras tuvieron la opción de comprar casas a muy bajos precios en estos lugares.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia junio 26, 2006

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Puerto Armuelles se llena de nostalgia

El bajón del negocio bananero en la cabecera del distrito de Barú, en la provincia de Chiriquí, ha provocado una intensa migración hacia otras áreas de la provincia. De los más de 46 mil habitantes que eran en 1990, en 2000 eran unos 22 mil. En los mejores tiempos había hasta 10 mil trabajadores en las bananeras, ganando hasta 2 mil dólares mensuales. Los ‘menos afortunados’ tenían salarios de 300 mensuales. El pueblo era una algarabía de gente, fiesta y dinero.

Ana Teresa Benjamín
Flor Bocharel Q.
Fotos: Demóstenes Angel

panorama@prensa.com

Todo comienza aquí, entre la humedad de los bananales. El trabajo de corte está organizado en cuadrillas de dos jornaleros, que deben cortar un número determinado de racimos para llenar los contenedores.697205 Dicen los que lo conocen bien que Puerto Armuelles ya no es el de antes. La actividad comercial ha bajado drásticamente y no extraña: 60% de los porteños está desempleado.

En los 34 años que lleva viviendo, Edgar Alexander Martínez no ha conocido otra cosa que la savia pegajosa del racimo recién desgajado del guineo verde.

«Toda mi vida he estado aquí», cuenta, casi con pena, mientras en el caserío de Finca Blanco de las bananeras de Puerto Armuelles la lluvia no termina.

Edgar es jornalero y nunca pensó que la bonanza del negocio bananero acabaría algún día. No tenía por qué, después de todo, porque desde que pudo abrir sus ojos no vio otra cosa que bananales inmensos y barcos grandísimos que llegaban al puerto a recoger la fruta que él cortaba.

Puerto Armuelles fue, por décadas, un remolino constante. Los jornaleros cortaban la fruta que se empacaba y viajaba, en tren, hasta el ‘mismísimo’ puerto. Allí entraban en acción los hombres curtidos del muelle, los mejor pagados. Para producir la fruta se había creado una fábrica de cajas y, para mantener en condiciones los equipos, un taller electromecánico.

Este ir y venir propició la apertura de restaurantes, bares y prostíbulos. Hasta un buen cine había y también clubes sociales. Eso sí, uno para la alta administración, otro para el pueblo.

Desde siempre, claro, Edgar supo que la dueña de todas las plantaciones, de todas las máquinas, de casi todo Puerto Armuelles, no era otra que Mamita Yunait.

«Mamita» empleaba a casi todos, pagaba salarios de oro, proveía el transporte escolar, recogía la basura, y hasta les vendía la cerveza a los trabajadores allí mismo, en los comisariatos de las fincas.

Quizás por eso es que Edgar no se sentía ni un poquito incómodo cuando se le quemaba un foco de la casa donde vivía y se sentaba a esperar que algún empleado de la Chiquita Brands llegara a reemplazarlo. «La casa no era mía», decía.

Pero ahora solo llueve. Sin más alegría que la esperanza. Edgar espera al tercer hijo y el piso de madera de la casa donde vive se deshace con las polillas.

«Antes, la cosa estaba mejor», cuenta Yeimy, su esposa. «Antes no pagábamos agua ni luz», agrega. «Cuando llegaba la quincena había plata. Ahora compras el alimento y ya se va».

Por su trabajo, Edgar recibe ahora unos 100 dólares mensuales, después de todos los descuentos comerciales y la deducción para la cuota del Seguro Social. Resulta, sin embargo, que la atención que recibe en el Seguro es a medias. «Te atienden, pero a la hora de buscar las medicinas no te las dan», cuenta.

La Cooperativa de Servicios Múltiples de Puerto Armuelles (Coosemupar), la dueña del negocio bananero desde el 30 de junio de 2003, tiene una deuda de 3 millones de dólares con la institución y lejos está de saldarla.

Aunque gorda, estos millones son la mínima parte de las deudas pendientes de Coosemupar: en total se deben 34 millones de dólares, una cantidad de dinero que está por estrangular a la cooperativa y que amenaza con desaparecer a los últimos 2 mil 800 trabajadores que todavía dependen de lo que antes fue la próspera actividad del «oro verde».

La tristeza de un puerto

Todos dicen lo mismo. Casi no importa que suene a cliché, porque en Puerto Armuelles parecen pensar que todo tiempo pasado fue mejor.

Lo dice Carlos Maestre, por ejemplo, director médico del Centro de Salud de pueblo, que pareciera que está por derrumbarse. «Me tocó ver cómo cayó Puerto Armuelles», relata, mientras saca cuentas mentales para decir, por fin, que en tres años la cantidad de pacientes que atiende ha bajado 40%. «Se han ido a David, a Paso Canoa, a Concepción», explica.

Los números le dan la razón. En los censos de 2000 -cuando la crisis bananera ya había empezado y prometía empeorar- la cantidad de habitantes de Puerto Armuelles (cabecera del distrito de Barú) era de 22 mil 755 personas. Diez años antes eran muchísimos más: 46 mil 93.

Y es que Puerto Armuelles era, sin duda, un imán. Un muellero ganaba fácilmente 2 mil dólares al mes y el peor pagado se hacía 300.

Precisamente este auge atrajo a Eustaquio González, hace quién sabe cuántos años. A los 12 años se sintió lo suficientemente hombre como para buscar empleo. Salió de Gualaca, su pueblo natal, y atravesó el río Chiriquí para alcanzar la ciudad de David. Allí trabajó un tiempo, reunió unos «realitos» y se puso como destino Rabo de Puerco, el antiguo nombre de Puerto.

«Hablé con el foreman de Finca Lechoza, y como era muy joven me asignaron el trabajo de ‘yardero», cuenta hoy, sentado en las escaleras desvencijadas de la otrora gloriosa oficina central de Chiquita en el pueblo.

González consiguió un cuarto en los campamentos de la finca y compraba comida en los comisariatos. «La leche costaba 10 centésimos el litro; y la carne, 50 centésimos la libra». Pero ahora la historia es muy distinta.

Dice Magaly Cubilla -ahora directora del Primer Ciclo de Puerto Armuelles- que el principio del final empezó en 1981, cuando la compañía cerró el Departamento de los Comisariatos, en donde trabajaba su padre, Domingo Cubilla.

Lo que pareció un desastre al principio, al final fue un salvavidas. Como para Domingo fue muy claro que Chiquita no duraría para siempre, ligero mandó a sus hijos a David, para que terminaran sus estudios. «Fui a la universidad manejando taxi en el día», cuenta la profesora.

Por eso que, hoy día, la directora es una de las pocas en Puerto que no depende directamente de la bananera para sobrevivir.

Sin embargo, tampoco ella pierde las esperanzas en la fruta. «Yo creo en la rehabilitación de las bananeras», comenta, sin olvidar ese proyecto que todos comentan y que dicen será, por fin, el remedio contra todos los infortunios: la refinería en la bahía de Charco Azul.

«Le apostamos a la refinería», dice Carlos Carbonó, presidente de la Cámara de Comercio de Puerto Armuelles. Una refinería de la cuarta petrolera más grande de Estados Unidos, la Oxy. Un proyecto de 6 mil millones de dólares que todavía está en veremos.

Una esperanza que, después de todo, sigue siendo gringa.

La otra ‘zona’ en Panamá

En Puerto Armuelles nadie habla de césped ni de grama; todos allí le dicen «yarda». Si se pregunta por un capataz es probable que pocos entiendan, porque en el pueblo todos los conocen por el «foreman».

Puerto Armuelles nació bajo el paraguas de Chiquita Brands que construyó carreteras, viviendas y alcantarillados alrededor de miles de hectáreas de tierras que utilizó, por décadas, para la siembra del banano.

En los mejores tiempos se vendieron 40 millones de cajas; hoy, no salen ni 10 millones.

Como un pequeño reino estadounidense, los barrios de Puerto tenían nombres en inglés. La Buena Vista de hoy, por ejemplo, se llamaba Spanish Town. La Barriada El Carmen era la Silver City, la barriada de los muelleros.

La zona más exclusiva era Las Palmas, en donde hoy funciona Las Palmas School. No todos entraban a «la zona», por supuesto. Había garita para controlar las entradas y salidas.

La compañía también construyó casas en barrios a los que llamó California y Los Ángeles. Los trabajadores que no vivían en las bananeras tuvieron la opción de comprar casas a muy bajos precios en estos lugares.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia junio 26, 2006

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CHARCO AZUL. LOS PORTEÑOS ESPERAN QUE OXY, UNA EMPRESA ESTADOUNIDENSE, ESTABLEZCA UNA REFINERÍA.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia

El bajón del negocio bananero en la cabecera del distrito de Barú, en la provincia de Chiriquí, ha provocado una intensa migración hacia otras áreas de la provincia. De los más de 46 mil habitantes que eran en 1990, en 2000 eran unos 22 mil. En los mejores tiempos había hasta 10 mil trabajadores en las bananeras, ganando hasta 2 mil dólares mensuales. Los ‘menos afortunados’ tenían salarios de 300 mensuales. El pueblo era una algarabía de gente, fiesta y dinero.

Ana Teresa Benjamín
Flor Bocharel Q.
Fotos: Demóstenes Angel

panorama@prensa.com

Todo comienza aquí, entre la humedad de los bananales. El trabajo de corte está organizado en cuadrillas de dos jornaleros, que deben cortar un número determinado de racimos para llenar los contenedores.697205 Dicen los que lo conocen bien que Puerto Armuelles ya no es el de antes. La actividad comercial ha bajado drásticamente y no extraña: 60% de los porteños está desempleado.

En los 34 años que lleva viviendo, Edgar Alexander Martínez no ha conocido otra cosa que la savia pegajosa del racimo recién desgajado del guineo verde.

«Toda mi vida he estado aquí», cuenta, casi con pena, mientras en el caserío de Finca Blanco de las bananeras de Puerto Armuelles la lluvia no termina.

Edgar es jornalero y nunca pensó que la bonanza del negocio bananero acabaría algún día. No tenía por qué, después de todo, porque desde que pudo abrir sus ojos no vio otra cosa que bananales inmensos y barcos grandísimos que llegaban al puerto a recoger la fruta que él cortaba.

Puerto Armuelles fue, por décadas, un remolino constante. Los jornaleros cortaban la fruta que se empacaba y viajaba, en tren, hasta el ‘mismísimo’ puerto. Allí entraban en acción los hombres curtidos del muelle, los mejor pagados. Para producir la fruta se había creado una fábrica de cajas y, para mantener en condiciones los equipos, un taller electromecánico.

Este ir y venir propició la apertura de restaurantes, bares y prostíbulos. Hasta un buen cine había y también clubes sociales. Eso sí, uno para la alta administración, otro para el pueblo.

Desde siempre, claro, Edgar supo que la dueña de todas las plantaciones, de todas las máquinas, de casi todo Puerto Armuelles, no era otra que Mamita Yunait.

«Mamita» empleaba a casi todos, pagaba salarios de oro, proveía el transporte escolar, recogía la basura, y hasta les vendía la cerveza a los trabajadores allí mismo, en los comisariatos de las fincas.

Quizás por eso es que Edgar no se sentía ni un poquito incómodo cuando se le quemaba un foco de la casa donde vivía y se sentaba a esperar que algún empleado de la Chiquita Brands llegara a reemplazarlo. «La casa no era mía», decía.

Pero ahora solo llueve. Sin más alegría que la esperanza. Edgar espera al tercer hijo y el piso de madera de la casa donde vive se deshace con las polillas.

«Antes, la cosa estaba mejor», cuenta Yeimy, su esposa. «Antes no pagábamos agua ni luz», agrega. «Cuando llegaba la quincena había plata. Ahora compras el alimento y ya se va».

Por su trabajo, Edgar recibe ahora unos 100 dólares mensuales, después de todos los descuentos comerciales y la deducción para la cuota del Seguro Social. Resulta, sin embargo, que la atención que recibe en el Seguro es a medias. «Te atienden, pero a la hora de buscar las medicinas no te las dan», cuenta.

La Cooperativa de Servicios Múltiples de Puerto Armuelles (Coosemupar), la dueña del negocio bananero desde el 30 de junio de 2003, tiene una deuda de 3 millones de dólares con la institución y lejos está de saldarla.

Aunque gorda, estos millones son la mínima parte de las deudas pendientes de Coosemupar: en total se deben 34 millones de dólares, una cantidad de dinero que está por estrangular a la cooperativa y que amenaza con desaparecer a los últimos 2 mil 800 trabajadores que todavía dependen de lo que antes fue la próspera actividad del «oro verde».

La tristeza de un puerto

Todos dicen lo mismo. Casi no importa que suene a cliché, porque en Puerto Armuelles parecen pensar que todo tiempo pasado fue mejor.

Lo dice Carlos Maestre, por ejemplo, director médico del Centro de Salud de pueblo, que pareciera que está por derrumbarse. «Me tocó ver cómo cayó Puerto Armuelles», relata, mientras saca cuentas mentales para decir, por fin, que en tres años la cantidad de pacientes que atiende ha bajado 40%. «Se han ido a David, a Paso Canoa, a Concepción», explica.

Los números le dan la razón. En los censos de 2000 -cuando la crisis bananera ya había empezado y prometía empeorar- la cantidad de habitantes de Puerto Armuelles (cabecera del distrito de Barú) era de 22 mil 755 personas. Diez años antes eran muchísimos más: 46 mil 93.

Y es que Puerto Armuelles era, sin duda, un imán. Un muellero ganaba fácilmente 2 mil dólares al mes y el peor pagado se hacía 300.

Precisamente este auge atrajo a Eustaquio González, hace quién sabe cuántos años. A los 12 años se sintió lo suficientemente hombre como para buscar empleo. Salió de Gualaca, su pueblo natal, y atravesó el río Chiriquí para alcanzar la ciudad de David. Allí trabajó un tiempo, reunió unos «realitos» y se puso como destino Rabo de Puerco, el antiguo nombre de Puerto.

«Hablé con el foreman de Finca Lechoza, y como era muy joven me asignaron el trabajo de ‘yardero», cuenta hoy, sentado en las escaleras desvencijadas de la otrora gloriosa oficina central de Chiquita en el pueblo.

González consiguió un cuarto en los campamentos de la finca y compraba comida en los comisariatos. «La leche costaba 10 centésimos el litro; y la carne, 50 centésimos la libra». Pero ahora la historia es muy distinta.

Dice Magaly Cubilla -ahora directora del Primer Ciclo de Puerto Armuelles- que el principio del final empezó en 1981, cuando la compañía cerró el Departamento de los Comisariatos, en donde trabajaba su padre, Domingo Cubilla.

Lo que pareció un desastre al principio, al final fue un salvavidas. Como para Domingo fue muy claro que Chiquita no duraría para siempre, ligero mandó a sus hijos a David, para que terminaran sus estudios. «Fui a la universidad manejando taxi en el día», cuenta la profesora.

Por eso que, hoy día, la directora es una de las pocas en Puerto que no depende directamente de la bananera para sobrevivir.

Sin embargo, tampoco ella pierde las esperanzas en la fruta. «Yo creo en la rehabilitación de las bananeras», comenta, sin olvidar ese proyecto que todos comentan y que dicen será, por fin, el remedio contra todos los infortunios: la refinería en la bahía de Charco Azul.

«Le apostamos a la refinería», dice Carlos Carbonó, presidente de la Cámara de Comercio de Puerto Armuelles. Una refinería de la cuarta petrolera más grande de Estados Unidos, la Oxy. Un proyecto de 6 mil millones de dólares que todavía está en veremos.

Una esperanza que, después de todo, sigue siendo gringa.

La otra ‘zona’ en Panamá

En Puerto Armuelles nadie habla de césped ni de grama; todos allí le dicen «yarda». Si se pregunta por un capataz es probable que pocos entiendan, porque en el pueblo todos los conocen por el «foreman».

Puerto Armuelles nació bajo el paraguas de Chiquita Brands que construyó carreteras, viviendas y alcantarillados alrededor de miles de hectáreas de tierras que utilizó, por décadas, para la siembra del banano.

En los mejores tiempos se vendieron 40 millones de cajas; hoy, no salen ni 10 millones.

Como un pequeño reino estadounidense, los barrios de Puerto tenían nombres en inglés. La Buena Vista de hoy, por ejemplo, se llamaba Spanish Town. La Barriada El Carmen era la Silver City, la barriada de los muelleros.

La zona más exclusiva era Las Palmas, en donde hoy funciona Las Palmas School. No todos entraban a «la zona», por supuesto. Había garita para controlar las entradas y salidas.

La compañía también construyó casas en barrios a los que llamó California y Los Ángeles. Los trabajadores que no vivían en las bananeras tuvieron la opción de comprar casas a muy bajos precios en estos lugares.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia junio 26, 2006

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CHARCO AZUL. LOS PORTEÑOS ESPERAN QUE OXY, UNA EMPRESA ESTADOUNIDENSE, ESTABLEZCA UNA REFINERÍA.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia

El bajón del negocio bananero en la cabecera del distrito de Barú, en la provincia de Chiriquí, ha provocado una intensa migración hacia otras áreas de la provincia. De los más de 46 mil habitantes que eran en 1990, en 2000 eran unos 22 mil. En los mejores tiempos había hasta 10 mil trabajadores en las bananeras, ganando hasta 2 mil dólares mensuales. Los ‘menos afortunados’ tenían salarios de 300 mensuales. El pueblo era una algarabía de gente, fiesta y dinero.

Ana Teresa Benjamín
Flor Bocharel Q.
Fotos: Demóstenes Angel

panorama@prensa.com

Todo comienza aquí, entre la humedad de los bananales. El trabajo de corte está organizado en cuadrillas de dos jornaleros, que deben cortar un número determinado de racimos para llenar los contenedores.697205 Dicen los que lo conocen bien que Puerto Armuelles ya no es el de antes. La actividad comercial ha bajado drásticamente y no extraña: 60% de los porteños está desempleado.

En los 34 años que lleva viviendo, Edgar Alexander Martínez no ha conocido otra cosa que la savia pegajosa del racimo recién desgajado del guineo verde.

«Toda mi vida he estado aquí», cuenta, casi con pena, mientras en el caserío de Finca Blanco de las bananeras de Puerto Armuelles la lluvia no termina.

Edgar es jornalero y nunca pensó que la bonanza del negocio bananero acabaría algún día. No tenía por qué, después de todo, porque desde que pudo abrir sus ojos no vio otra cosa que bananales inmensos y barcos grandísimos que llegaban al puerto a recoger la fruta que él cortaba.

Puerto Armuelles fue, por décadas, un remolino constante. Los jornaleros cortaban la fruta que se empacaba y viajaba, en tren, hasta el ‘mismísimo’ puerto. Allí entraban en acción los hombres curtidos del muelle, los mejor pagados. Para producir la fruta se había creado una fábrica de cajas y, para mantener en condiciones los equipos, un taller electromecánico.

Este ir y venir propició la apertura de restaurantes, bares y prostíbulos. Hasta un buen cine había y también clubes sociales. Eso sí, uno para la alta administración, otro para el pueblo.

Desde siempre, claro, Edgar supo que la dueña de todas las plantaciones, de todas las máquinas, de casi todo Puerto Armuelles, no era otra que Mamita Yunait.

«Mamita» empleaba a casi todos, pagaba salarios de oro, proveía el transporte escolar, recogía la basura, y hasta les vendía la cerveza a los trabajadores allí mismo, en los comisariatos de las fincas.

Quizás por eso es que Edgar no se sentía ni un poquito incómodo cuando se le quemaba un foco de la casa donde vivía y se sentaba a esperar que algún empleado de la Chiquita Brands llegara a reemplazarlo. «La casa no era mía», decía.

Pero ahora solo llueve. Sin más alegría que la esperanza. Edgar espera al tercer hijo y el piso de madera de la casa donde vive se deshace con las polillas.

«Antes, la cosa estaba mejor», cuenta Yeimy, su esposa. «Antes no pagábamos agua ni luz», agrega. «Cuando llegaba la quincena había plata. Ahora compras el alimento y ya se va».

Por su trabajo, Edgar recibe ahora unos 100 dólares mensuales, después de todos los descuentos comerciales y la deducción para la cuota del Seguro Social. Resulta, sin embargo, que la atención que recibe en el Seguro es a medias. «Te atienden, pero a la hora de buscar las medicinas no te las dan», cuenta.

La Cooperativa de Servicios Múltiples de Puerto Armuelles (Coosemupar), la dueña del negocio bananero desde el 30 de junio de 2003, tiene una deuda de 3 millones de dólares con la institución y lejos está de saldarla.

Aunque gorda, estos millones son la mínima parte de las deudas pendientes de Coosemupar: en total se deben 34 millones de dólares, una cantidad de dinero que está por estrangular a la cooperativa y que amenaza con desaparecer a los últimos 2 mil 800 trabajadores que todavía dependen de lo que antes fue la próspera actividad del «oro verde».

La tristeza de un puerto

Todos dicen lo mismo. Casi no importa que suene a cliché, porque en Puerto Armuelles parecen pensar que todo tiempo pasado fue mejor.

Lo dice Carlos Maestre, por ejemplo, director médico del Centro de Salud de pueblo, que pareciera que está por derrumbarse. «Me tocó ver cómo cayó Puerto Armuelles», relata, mientras saca cuentas mentales para decir, por fin, que en tres años la cantidad de pacientes que atiende ha bajado 40%. «Se han ido a David, a Paso Canoa, a Concepción», explica.

Los números le dan la razón. En los censos de 2000 -cuando la crisis bananera ya había empezado y prometía empeorar- la cantidad de habitantes de Puerto Armuelles (cabecera del distrito de Barú) era de 22 mil 755 personas. Diez años antes eran muchísimos más: 46 mil 93.

Y es que Puerto Armuelles era, sin duda, un imán. Un muellero ganaba fácilmente 2 mil dólares al mes y el peor pagado se hacía 300.

Precisamente este auge atrajo a Eustaquio González, hace quién sabe cuántos años. A los 12 años se sintió lo suficientemente hombre como para buscar empleo. Salió de Gualaca, su pueblo natal, y atravesó el río Chiriquí para alcanzar la ciudad de David. Allí trabajó un tiempo, reunió unos «realitos» y se puso como destino Rabo de Puerco, el antiguo nombre de Puerto.

«Hablé con el foreman de Finca Lechoza, y como era muy joven me asignaron el trabajo de ‘yardero», cuenta hoy, sentado en las escaleras desvencijadas de la otrora gloriosa oficina central de Chiquita en el pueblo.

González consiguió un cuarto en los campamentos de la finca y compraba comida en los comisariatos. «La leche costaba 10 centésimos el litro; y la carne, 50 centésimos la libra». Pero ahora la historia es muy distinta.

Dice Magaly Cubilla -ahora directora del Primer Ciclo de Puerto Armuelles- que el principio del final empezó en 1981, cuando la compañía cerró el Departamento de los Comisariatos, en donde trabajaba su padre, Domingo Cubilla.

Lo que pareció un desastre al principio, al final fue un salvavidas. Como para Domingo fue muy claro que Chiquita no duraría para siempre, ligero mandó a sus hijos a David, para que terminaran sus estudios. «Fui a la universidad manejando taxi en el día», cuenta la profesora.

Por eso que, hoy día, la directora es una de las pocas en Puerto que no depende directamente de la bananera para sobrevivir.

Sin embargo, tampoco ella pierde las esperanzas en la fruta. «Yo creo en la rehabilitación de las bananeras», comenta, sin olvidar ese proyecto que todos comentan y que dicen será, por fin, el remedio contra todos los infortunios: la refinería en la bahía de Charco Azul.

«Le apostamos a la refinería», dice Carlos Carbonó, presidente de la Cámara de Comercio de Puerto Armuelles. Una refinería de la cuarta petrolera más grande de Estados Unidos, la Oxy. Un proyecto de 6 mil millones de dólares que todavía está en veremos.

Una esperanza que, después de todo, sigue siendo gringa.

La otra ‘zona’ en Panamá

En Puerto Armuelles nadie habla de césped ni de grama; todos allí le dicen «yarda». Si se pregunta por un capataz es probable que pocos entiendan, porque en el pueblo todos los conocen por el «foreman».

Puerto Armuelles nació bajo el paraguas de Chiquita Brands que construyó carreteras, viviendas y alcantarillados alrededor de miles de hectáreas de tierras que utilizó, por décadas, para la siembra del banano.

En los mejores tiempos se vendieron 40 millones de cajas; hoy, no salen ni 10 millones.

Como un pequeño reino estadounidense, los barrios de Puerto tenían nombres en inglés. La Buena Vista de hoy, por ejemplo, se llamaba Spanish Town. La Barriada El Carmen era la Silver City, la barriada de los muelleros.

La zona más exclusiva era Las Palmas, en donde hoy funciona Las Palmas School. No todos entraban a «la zona», por supuesto. Había garita para controlar las entradas y salidas.

La compañía también construyó casas en barrios a los que llamó California y Los Ángeles. Los trabajadores que no vivían en las bananeras tuvieron la opción de comprar casas a muy bajos precios en estos lugares.