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Las invasiones de Chánguinas y Miskitos julio 19, 2008

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CUENTOS DORACES

-XXIII –

LAS INVASIONES

Ya los doraces se habían unido a los castellanos que vivían en Alanje. Ya entre los bohíos de «Mata del Colibrí» (Dolega) había casas rústicas que aunque hechas con los mismos materiales del lugar, eran mejores y más cómodas que los antiguos ranchos. Ya algunas valerosas familias blancas se habían atrevido a venir a convivir con los diezmados indios y tesoneramente se empeñaban en irlos educando en otras maneras de vivir. La tierra producía y los hatos prosperaban. Más de una vez los castellanos acompañaron a los indios en sus incursiones a otros lugares en busca de víveres distintos y más de una vez los indios ayudaron a los castellanos a repeler ataques de tribus enemigas no sojuzgadas.

Vivía aún uno de los fundadores del pueblo, Ño Miguel Miranda quien acaso por su edad u otras causas no acompañó a su gente a la acostumbrada excursión a Burica, a donde iban a proveerse de sal y de cocos, de los cuales obtenían el aceite para su alimentación. En el recién establecido pueblo sólo quedaron algunas mujeres al cuidado de los niños, el mencionado Ño Miguel Miranda y el anciano cura Fray Manuel.

Tranquilos en sus ocupaciones, fueron alarmados con la noticia que les trajo un indio de Caldera: Chánguinas y mosquitos en considerable número venían en dirección del pueblo. Acongojado Fray Manuel decía: Ay, Fray Manuel, ¿qué será de ti esta noche? ¿Qué quedará de nosotros? — Al oírlo, Ño Miguel le dijo: «Padre, si tiene miedo, váyase con las mujeres y escóndase en el Bajo de los Negros, que yo con los muchachos defenderé la iglesia». Fray Manuel y las mujeres se fueron a esconder en el lugar indicado y Ño Miguel se preparó a defender la iglesa, el lugar más seguro del Pueblo. La pequeña iglesia estaba construida con gruesos troncos, algunos de los cuales eran más bajos que los otros y formaban como pequeñas ventanas o troneras a las que se subía por troncos con muescas, a modo de escaleras interiores. Sobre la entrada principal había una pequeña torreta y en ella la campana que habían traído de Alanje. Como el techo era de penca de palma y paja, él mandó que los muchachos trajeran a la iglesia todos los «tulos» de agua que tuvieran en sus casas y todas las vasijas de metal de los «vecinos» blancos para que las tocaran con una piedra cuando él lo mandase. Con canutas de palma preparó varios petardos y armado con su arcabuz y un tulo de agua se subió a la torreta. Cuando los muchachos vigías avisaron que se acercaban los indios enemigos, No Miguel hizo prender los petardos. Tocó a rebato la campana y los muchachos golpearon con piedras las vasijas de metal. Desde la torreta y por las troneras Ño Miguel disparaba su arcabuz y con gritos animaba a los muchachos como si hubieran sido numerosos soldados. Al oír tal estrépito, los atacantes creyeron que el pueblo había sido avisado de la invasión y habían tenido tiempo de llamar en su socorro a los castellanos de Alanje. Temerosos de un fracaso, no se atrevieron a atacar el pueblo y cogiendo hacia el saliente se dirigieron rumbo a Gualaca.

Pasado el peligro fueron a buscar a Fray Manuel a quien hallaron arrodillado en compañía de las mujeres, rezando y pidiéndole al Señor de las Maravillas que salvase a su pueblo.

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.

La madre del maíz en Chiriquí julio 19, 2008

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– XXI –
CUENTOS DORACES

AB-TOO

«Ab-too» significa en dorace  «madre del maíz». Según cuenta la tradición, en tiempos muy viejos, muy viejos, de las montañas del norte bajó una mujer extraña, alta y fuerte que traía sobre su espalda una gran java llena de mazorcas de un grano amarillo que ellos no conocían. El largo cabello de la mujer estaba recogido en muchas trenzas que en el extremo se mudaban con los capullos y las mazorcas quedaban colgando y al caminar ella entre troncos, plantas y piedras, las mazorcas se golpeaban y los granos iban cayendo por el camino y así nacían matas de maíz. Ella llevaba en el brazo una chácara y le allí sacaba granos que tiraba lejos. Se fue lejos y después de mucho tiempo volvió a pasar y en lugares en donde habían cuidado las matitas y encontró nuevas mazorcas se detuvo y enseñó  cómo  se puede utilizar el grano, triturándolo en las piedras que aún reciben el nombre de «tumbas». Ella indicó los lugares en donde se encuentra la piedra suave que se puede tallar con otra piedra y les enseñó a hacer muchas cosas buenas y útiles, sobre todo el empleo del maíz. Guando ella creyó que ya habían aprendido a cultivar el maíz y á emplearlo como principal comida, se volvió para su país lejano. Para recordarla siempre tallaron su figura en una gran roca de la montaña, roca que se ve desde muy lejos entre la verdura del monte y que le ha dado a ese lugar el nombre de «La India Vieja».

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.

Venganza entre Doraces y Gualacas julio 19, 2008

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CUENTOS DORACES

VENGANZA

Existía vieja rivalidad entre los dorasques y los indios de Gualaca y se molestaban mutuamente sobre todo cuando los dorasques iban a pescar al río Chiriquí. Los indios de Gualaca eran más hermosos que los dorasques y más de una vez, a pesar de la vieja enemistad, algún dorasque se enamoró y robó una gualaqueña y algún cholo de allá hizo lo mismo con alguna dorasque. Un joven dorasque se enamoró de una doncella gualaqueña y aunque sabía lo mal que miraba aquella gente su pretensión, desafiando los peligros del camino iba con frecuencia a encontrarse con su enamorada. De uno de esos viajes no volvió y nunca supieron qué había sido de él. Tiempos después otra gualaqueña se casó con el hermano del desaparecido y una vez que estaban en el monte trabajando ella le dijo «¿De modo que nunca más supieron de tu hermano el que se perdió en Gualaca?» A lo que él contestó: «Nunca supimos nada». — Después de un rato de silencio ella agregó: «Ahora que ha pasado tanto tiempo, yo te voy a decir cómo pasó la cosa: A tu hermano lo ahorcaron con una horqueta mientras estaba agachado bebiendo vino de palma. Con la horqueta le sujetaron la cabeza y allí mismo lo enterraron. Yo te daré las señas para que lo conozcas, porque él también sabe cómo eres tú. Ahora andan por Changuinola». Al saber estos detalles, el hombre no pensó más que en vengar la muerte de su hermano, no sólo en el asesino, sino en toda la tribu. Convidó a otro dorasque y armados con lanza se fueron a esperarlos en el camino que ellos sabían que tenían que pasar al regreso de su viaje. Se detuvieron sobre una lomita llamada Olia Batkal (Copé derribado), en una estrechura del camino y parados allí iban saludando a todo el que pasaba: «¿Cué apó so? » (¿estás bueno?) hasta que reconocieron al que buscaban. El dorasque le tiró la lanza que el gualaqueño de un salto agarró en el aire y se inclinó para devolverle el golpe. Pero en ese instante el compañero le dio su lanza y los dos golpes se cruzaron como un relámpago y ambos cayeron muertos ante la indiada silenciosa que se llevó el cuerpo de su compañero. El dorasque vivo enterró a su compañero y luego regresó a su tierra. Se detuvo en el lugar llamado Suma-gó (mata del drago) y mientras descansaba se puso a pensar que no todo estaba hecho, y que él tenía que cumplir parte de la venganza. Cogió su cerbatana y sopló hacia Gualaca una -tremenda borrasca acompañada de rayos y truenos que duró quince días. La tempestad cesó cuando una mujer «seguita-doguita» que hacía tiempo vivía allá, pudo conjurar el mal tiempo. Cuando los dorasques supieron que el temporal había pasado y que quedaban sobrevivientes, decidieron acabar lo empezado. Desde el sitio llamado Oi-go (Mata de pava) el mismo dorasque que había provocado la tempestad con su cerbatana envió un nuevo soplo hacia Gualaca. Allá la gente comenzaba a reparar los daños sufridos, cuando una mañana vieron que en la plaza había dos novillos, uno negro y otro carmín fuego, que ellos tomaron corno animales escapados de sus pasteaderos por el mal tiempo. — Como había tanta necesidad el jefe ordenó que sacrificaran los novillos y que la carne fuera repartida entre la gente. Las madres de familia corrieron a cocinar la carne para darla a sus hijitos, pero con pena vieron que la carne no se ablandaba. La picaron en trozos más pequeños, pero la carne seguía dura y echando sangre. Oprimidos por el hambre trataron de comer las repugnantes presas, más al poco rato comenzaron a sentir fuertes dolores y morían vomitando sangre. Así se acabó ese pueblo y los pocos que sobrevivieron se fueron lejos, más allá del Estí. Y hasta allá los persiguió la venganza de los dorasques porque un día, cuando ya estaban poniendo los caballetes de las nuevas casas, uno gritó que iban llegando los doraces y en el tumulto que se formó tratando de ponerse a salvo, muchos murieron. Así terminó la venganza del Dorasque.

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.

La piedra pintada de Caldera julio 19, 2008

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– XXII –

CUENTOS DORACES

LA PIEDRA PINTADA DE CALDERA

La así llamada Piedra Pintada, es una enorme piedra sobre la cual quién sabe qué manos de indios esculpieron dibujos y figuras, algunos de un trazado perfecto. El tiempo y los agentes atmosféricos han ido desgastando y borrando las figuras que aparecían en la cara superior, pero las que se encuentran en la cara perpendicular se ven perfectamente. Unos piensan que esa piedra fue un altar que los indios erigieron a sus antiguos dioses. Otros dicen que los doraces dejaron allí un mensaje representado con los signos ideográficos que ellos usaron para comunicarse unos con otros. Pero hay una tradición más: que bajo esa enorme piedra yace sepultado un gran tesoro compuesto por figuras de oro, las mismas figuras que aparecen dibujadas en la piedra. Ningún dorasque tocará ese tesoro, pero vendrán extranjeros que se apoderarán de él. Pondrán debajo «tierra de temblor y de fuego» y la piedra saltará en pedazos hasta el cielo. Los que hagan esto tendrán que huir en tres direcciones: hasta la mitad de la plaza de Caldera, hasta el llano de Troya, y hasta la «Vuelta del Jobo». Rota la piedra negra y la plataforma de piedra amarilla que cubre el depósito, encontrarán las figuras de oro. Ese tesoro está custodiado por un espíritu o «dago familiar» de los doraces y ninguno de la raza se expondrá a los males que le vendrían si intentase tocar el tesoro. Eso sólo lo harán blancos extraños y poderosos sobre los cuales no tienen poder los «dagos» del antiguo pueblo de los doraces. Mientras, allí sigue la piedra con su mole enorme, con sus signos misteriosos, memorial o mensaje que los indios de hoy muchas veces contemplan melancólicamente como si oyeran en ella el eco de una voz extinguida.

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.

El salto de los Nicaraguas en Boquete julio 19, 2008

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CUENTOS DORASQUES
EL SALTO DE LOS NICARAGUAS

A la entrada de Boquete, en el mismo lugar por donde hoy desciende la carretera al Bajo, hay dos mesetas o pequeñas planicies, una más alta que la otra, y que por estar cubierta de hierba se distinguían muy bien desde el Bajo. A estas mesetas las llamaban el «Salto de los Nicaraguas» porque allí acostumbraron a pasar una partida de nicaragüense que desde la Costa (Bocas del Toro) entraron a Chiriquí por el viejo camino usado por los doraces para ir a Changuinola a buscar pescado y otras cosas. Estos hombres trajeron mulas, animales poco conocidos y que hicieron huir espantadas a las yeguas que pastaban por el alto.

Allí en el alto de Boquete pasaron algún tiempo y luego bajaron a los llanos de Dole-go. Se portaron muy bien con los dorasques y éstos con ellos. De vez en cuando hacían sus salidas, pero nadie supo qué interés tenían ni qué buscaban. Ellos tenían herramientas y unos instrumentos de cortar piedra. Eso hace pensar que eran mineros. Con sus herramientas ellos arreglaron mucho los caminos, y aún por entre los desfiladeros del Salto se puede ver entre la maleza y las raíces, partes del camino empedrado por ellos. Por ese tiempo vivía en Dolega un indio llamado Jerónimo Samudio que era muy hábil pescador. Los nicaragüenses lo contrataron para que fuera con ellos y se fueron por el camino de Caldera, y siguiendo por Bajo Méndez llegaron hasta el río Chiriquí al lugar llamado «Charco de Mulas», porque no se sabe por qué misterio, en los arenales de la orilla se ven huellas de cascos de mulas, aunque nadie nunca ha visto los animales. Después de pasar un rato allí los nicas se metieron al agua y no volvieron a salir. Jerónimo Samudio también entró por el mismo vado y entró como a otro mundo, donde había sabanas, bosques y claros de montaña con sol, pero no vio por ninguna parte a los nicaragüenses. Los doraces creyeron que los nicaragüenses se habían ahogado, pero Jerónimo les dijo que no y que él no se había quedado con ellos porque aún no era tiempo. El le dijo a su mujer Catalina Gallegos: quédate en el pueblo con tu familia que yo me quedaré aquí. Ella le obedeció y él se quedó como jugando con el agua en el río Cochea, en el llamado Paso del Ganado, pero tampoco regresó a su casa. La mujer lloraba mucho y el padre de crianza de Jerónimo le decía: «¿Por qué lloras? Ya no te molestará más pidiéndote chicha y además antes de irse él dijo que quedarías abandonada». Más preocupado por las murmuraciones de la gente se fue a buscarlo o a saber algo de él. Se fue al río Chiriquí y se sentó por la noche en una gran piedra que hay a la orilla del Charco Luna. Se entretuvo fumando cuando le pareció que oía chasquido de piedras por las orillas del río. Vio venir un hombre que traía los pies calzados con planchas de laja azul (suaga) y el pecho todo cubierto con un peto de piedra. Ese hombre caminaba sin mover las piernas y al acercarse le dijo: «¿Qué hace aquí, tata? » A lo que el viejo contestó: «Venía a saber qué habías hecho». Si usted me busca, es porque quiere. Ustedes saben que- yo tenía contrato con los nicas y que me he quedado por mi gusto en las cabeceras del río Chiriquí para que nunca vaya a suceder una desgracia; con mi alma en pena yo seré el rescate de mi pueblo. Si usted quiere salir con bien, vaya a buscar el murciélago de oro que está entre las raíces del satra y la lanza que está al pie del algarrobo en el Paso del Ganado. Regresó Casimiro que así se llamaba el tata de Samudio y le contó todo al Gran Dorasque. Este le dijo que no parecía un hombre de experiencia para no comprender lo que quería decirle su hijo. Que la lanza era una víbora negra y el murciélago de oro un alacrán venenoso.

Hace siglos de esos sucesos extraños. Sólo queda en Boquete el nombre de Salto de los Nicaraguas y en Caldera, en el río Chiriquí, el «Charco de las Mulas» cuyo rebuznos se oyen en las noches serenas y el hermoso Charco de Luna en el que se le ve brillar entre las piedras azules del fondo, como camino de un país encantado.

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.

El Balú y la vieja Apobó julio 19, 2008

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CUENTOS DORASQUES

EL BALÚ ACSHILA Y LA VIEJA APOBÓ

El sabio y poderoso Balú Acshila fue bautizado y recibió de su padrino castellano el nombre de Esteban Catalán. Aunque ya no era joven y sus hijos tenían familia grande, el se conservaba fuerte y ágil y gobernaba bien su gente de acuerdo con el cura del pueblo y del jefe español.

Todos los veranos los doraces pasaban la cordillera y bajaban por los ríos del norte para pescar los sabrosos peces que sólo se crían en los pequeños afluentes del Changuinola y del Sixaola* Cuando regresaron de su viaje trajeron consigo una mujer blanca, una francesa que había estado prisionera de los chánguinas y que ellos habían encontrado perdida en la montaña. Se la entregaron al Padre Joaquín Rodríguez y él la bautizó con el nombre de Joaquina Rodríguez y después se la dio por esposa al Balú Acshila. Del nuevo matrimonio del Balú nacieron tres niñas blancas que se criaron en el convento con mucho cuidado y esmero.

En Cochea vivía un hombre bautizado con el nombre de Patricio Ríos (en el lugar que aún recibe el nombre de Paso de Patricio), y ese hombre se robó a la segunda de las hijas Blancas del balú, la llamada María Polonia Catalán. — El Padre Joaquín Rodríguez, tutor de las niñas estaba avergonzado por que había ocurrido y el Gobernador español mandó buscar Patricio Ríos para castigarlo si no se casaba con la niña. El indio fue puesto en el «rollo» y recibió cincuenta azotes que no le hicieron siquiera parpadear. Después él dijo que se casaría si la mujer que lo había criado daba su consentimiento.

Esa  mujer,  llamada  en  indio  Apobó y  en castellano Juana María Araúz, vivía en El Flor, y cuando supo el castigo que le habían dado a su hijo se llenó de dolor y se negó a dar su consentimiento, porque ella decía que no quería que su hijo le casara con esa blanca carilarga como perra. Por esa ofensa  el Balú  mandó  que  la azotaran  en  el  «rollo» y al fin, encida  por  el   dolor  dio  su  consentimiento.  Poco  tiempo después el otro criado de la vieja Apobó, llamado Sebastián Jiménez, se enamoró de la hija menor del Balú; la pidió en matrimonio y le fue dada aunque sin el consentimiento de la vieja Apobó, quien por su terquedad fue nuevamente azotada con el «rollo». Cuando bajó del tronco del suplicio le dijo al jefe indio: «Balú Acshila: irga agai» que en castellano quiere fecir:  «Llorará tu corazón» y se fue para su casa en el monte de El Flor (Iri-ish).

Pasó el tiempo. La hija mayor del Balú, la llamada María de los Santos Catalán se casó con Gervasio Santamaría, del lugar de San Lorenzo, donde formaron una gran familia. El Balú se había quedado solo en su gran casa cercana a la iglesia y al convento, en donde se habían criado sus hijas blancas y cercana también a la casa del pueblo de la vieja Apobó, en cuyo corazón estaba siempre clavada la espina del gran dolor sus hijos desmerecidos por un matrimonio desigual. Una noche el Balú sintió que golpeaban a su puerta y en indio decían: «¿Balú, cábiga? » que quiere decir «¿estás dormido? » por tres veces le hicieron la misma pregunta y al fin él contestó en castellano: «No; yo estoy despierto»; entonces Apobó siguió diciendo en lengua «levántate y ven a tomar esta totuma de chicha que te traigo». Aunque era temprano de la madrugada él cogió la totuma y bebió. La vieja sólo dijo «me voy» y él guardó la totuma en que había bebido. A la mañana siguiente, ya el sol alto, pensó en que por qué la Apobó había venido a darle chicha en la noche y malicioso fue a ver la totuma que tenía el fondo manchado de sangre. La chicha era sangre y él la había bebido: Furioso se fue a la casa de Apobó y mostrándole la totuma manchada le dijo » ¿Qué quiere decir esto? » ella contestó medio en indio y medio en castellano «ba, tara; ba, calcó, badeta, badeta (ya, hombre, ya pedazo de madera; ya vete); vete con tus trastos que ya te tengo fregado». A lo que el Balú contestó «¿Que me vaya con todos mis trastos? No allego yo al otro mundo sin que antes de prender candela tú con todos tus trastos llegarás al infierno».

Pasó como un año sin que nada ocurriera, pero tanto el Balú como la vieja Apobó mantenían el odio en su corazón y nada más esperaban una ocasión para cobrarse la ofensa.

Ya como en diciembre el Balú se fue con sus yernos a la montaña de Los Bobos (Palmira) a preparar las tierras para la siembra nueva. El sentía que ya su gran viaje estaba cerca y con dolor pensaba que la vieja Apobó se quedaría para contar su cuento y eso le aturdía la cabeza y le amargaba la boca. Al medio día después de almorzar, mientras sus yernos afilaban los machetes, tendió una manta y se acostó con los ojos cerrados, a pensar. Estando así oyó arriba del árbol un ruido y vio que venía bajando un huevo de gallina y le cayó sobre el estómago. El lo cogió, se levantó y se acostó en otro lado; pero allá también le cayó otro huevo y luego otro. «¿Gallinas aquí? » se dijo él. «No, estas son cosas de Apobó que me quiere decir que aunque esté lejos, ella me sigue los pasos». «Ella puede y yo puedo también» y cogiendo su cerbatana sopló los tres huevos en dirección a El Flor donde estaba la vieja Apobó y le golpeó el corazón y murió de una vez. Pero antes de echar el último aliento, levantó el puño hacia el norte, hacia donde volaban los pájaros y allá en la montaña, bajo su manta, el viejo Balú sintió que algo se le rompía dentro del pecho y que antes de que se apagaran las brasas ya él no sería nadie. Los dos enemigos se destruyeron uno al otro.

—-

* En algunos de esos ríos se cría un pez de carne exquisita llamado «bocachica». Durante el verano, muchos chiricanos cruzan la cordillera sólo por darse el gusto de comer «bocachica» fresco, aunque también lo salan y ahuman. Todo estaría bien si no fuera porque pescan con dinamita y están destruyendo esa riqueza.

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.