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Puerto Armuelles se llena de nostalgia junio 26, 2006

Posted by BPP in Barú, Historia, Puerto Armuelles.
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CHARCO AZUL. LOS PORTEÑOS ESPERAN QUE OXY, UNA EMPRESA ESTADOUNIDENSE, ESTABLEZCA UNA REFINERÍA.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia

El bajón del negocio bananero en la cabecera del distrito de Barú, en la provincia de Chiriquí, ha provocado una intensa migración hacia otras áreas de la provincia. De los más de 46 mil habitantes que eran en 1990, en 2000 eran unos 22 mil. En los mejores tiempos había hasta 10 mil trabajadores en las bananeras, ganando hasta 2 mil dólares mensuales. Los ‘menos afortunados’ tenían salarios de 300 mensuales. El pueblo era una algarabía de gente, fiesta y dinero.

Ana Teresa Benjamín
Flor Bocharel Q.
Fotos: Demóstenes Angel

panorama@prensa.com

Todo comienza aquí, entre la humedad de los bananales. El trabajo de corte está organizado en cuadrillas de dos jornaleros, que deben cortar un número determinado de racimos para llenar los contenedores.697205 Dicen los que lo conocen bien que Puerto Armuelles ya no es el de antes. La actividad comercial ha bajado drásticamente y no extraña: 60% de los porteños está desempleado.

En los 34 años que lleva viviendo, Edgar Alexander Martínez no ha conocido otra cosa que la savia pegajosa del racimo recién desgajado del guineo verde.

«Toda mi vida he estado aquí», cuenta, casi con pena, mientras en el caserío de Finca Blanco de las bananeras de Puerto Armuelles la lluvia no termina.

Edgar es jornalero y nunca pensó que la bonanza del negocio bananero acabaría algún día. No tenía por qué, después de todo, porque desde que pudo abrir sus ojos no vio otra cosa que bananales inmensos y barcos grandísimos que llegaban al puerto a recoger la fruta que él cortaba.

Puerto Armuelles fue, por décadas, un remolino constante. Los jornaleros cortaban la fruta que se empacaba y viajaba, en tren, hasta el ‘mismísimo’ puerto. Allí entraban en acción los hombres curtidos del muelle, los mejor pagados. Para producir la fruta se había creado una fábrica de cajas y, para mantener en condiciones los equipos, un taller electromecánico.

Este ir y venir propició la apertura de restaurantes, bares y prostíbulos. Hasta un buen cine había y también clubes sociales. Eso sí, uno para la alta administración, otro para el pueblo.

Desde siempre, claro, Edgar supo que la dueña de todas las plantaciones, de todas las máquinas, de casi todo Puerto Armuelles, no era otra que Mamita Yunait.

«Mamita» empleaba a casi todos, pagaba salarios de oro, proveía el transporte escolar, recogía la basura, y hasta les vendía la cerveza a los trabajadores allí mismo, en los comisariatos de las fincas.

Quizás por eso es que Edgar no se sentía ni un poquito incómodo cuando se le quemaba un foco de la casa donde vivía y se sentaba a esperar que algún empleado de la Chiquita Brands llegara a reemplazarlo. «La casa no era mía», decía.

Pero ahora solo llueve. Sin más alegría que la esperanza. Edgar espera al tercer hijo y el piso de madera de la casa donde vive se deshace con las polillas.

«Antes, la cosa estaba mejor», cuenta Yeimy, su esposa. «Antes no pagábamos agua ni luz», agrega. «Cuando llegaba la quincena había plata. Ahora compras el alimento y ya se va».

Por su trabajo, Edgar recibe ahora unos 100 dólares mensuales, después de todos los descuentos comerciales y la deducción para la cuota del Seguro Social. Resulta, sin embargo, que la atención que recibe en el Seguro es a medias. «Te atienden, pero a la hora de buscar las medicinas no te las dan», cuenta.

La Cooperativa de Servicios Múltiples de Puerto Armuelles (Coosemupar), la dueña del negocio bananero desde el 30 de junio de 2003, tiene una deuda de 3 millones de dólares con la institución y lejos está de saldarla.

Aunque gorda, estos millones son la mínima parte de las deudas pendientes de Coosemupar: en total se deben 34 millones de dólares, una cantidad de dinero que está por estrangular a la cooperativa y que amenaza con desaparecer a los últimos 2 mil 800 trabajadores que todavía dependen de lo que antes fue la próspera actividad del «oro verde».

La tristeza de un puerto

Todos dicen lo mismo. Casi no importa que suene a cliché, porque en Puerto Armuelles parecen pensar que todo tiempo pasado fue mejor.

Lo dice Carlos Maestre, por ejemplo, director médico del Centro de Salud de pueblo, que pareciera que está por derrumbarse. «Me tocó ver cómo cayó Puerto Armuelles», relata, mientras saca cuentas mentales para decir, por fin, que en tres años la cantidad de pacientes que atiende ha bajado 40%. «Se han ido a David, a Paso Canoa, a Concepción», explica.

Los números le dan la razón. En los censos de 2000 -cuando la crisis bananera ya había empezado y prometía empeorar- la cantidad de habitantes de Puerto Armuelles (cabecera del distrito de Barú) era de 22 mil 755 personas. Diez años antes eran muchísimos más: 46 mil 93.

Y es que Puerto Armuelles era, sin duda, un imán. Un muellero ganaba fácilmente 2 mil dólares al mes y el peor pagado se hacía 300.

Precisamente este auge atrajo a Eustaquio González, hace quién sabe cuántos años. A los 12 años se sintió lo suficientemente hombre como para buscar empleo. Salió de Gualaca, su pueblo natal, y atravesó el río Chiriquí para alcanzar la ciudad de David. Allí trabajó un tiempo, reunió unos «realitos» y se puso como destino Rabo de Puerco, el antiguo nombre de Puerto.

«Hablé con el foreman de Finca Lechoza, y como era muy joven me asignaron el trabajo de ‘yardero», cuenta hoy, sentado en las escaleras desvencijadas de la otrora gloriosa oficina central de Chiquita en el pueblo.

González consiguió un cuarto en los campamentos de la finca y compraba comida en los comisariatos. «La leche costaba 10 centésimos el litro; y la carne, 50 centésimos la libra». Pero ahora la historia es muy distinta.

Dice Magaly Cubilla -ahora directora del Primer Ciclo de Puerto Armuelles- que el principio del final empezó en 1981, cuando la compañía cerró el Departamento de los Comisariatos, en donde trabajaba su padre, Domingo Cubilla.

Lo que pareció un desastre al principio, al final fue un salvavidas. Como para Domingo fue muy claro que Chiquita no duraría para siempre, ligero mandó a sus hijos a David, para que terminaran sus estudios. «Fui a la universidad manejando taxi en el día», cuenta la profesora.

Por eso que, hoy día, la directora es una de las pocas en Puerto que no depende directamente de la bananera para sobrevivir.

Sin embargo, tampoco ella pierde las esperanzas en la fruta. «Yo creo en la rehabilitación de las bananeras», comenta, sin olvidar ese proyecto que todos comentan y que dicen será, por fin, el remedio contra todos los infortunios: la refinería en la bahía de Charco Azul.

«Le apostamos a la refinería», dice Carlos Carbonó, presidente de la Cámara de Comercio de Puerto Armuelles. Una refinería de la cuarta petrolera más grande de Estados Unidos, la Oxy. Un proyecto de 6 mil millones de dólares que todavía está en veremos.

Una esperanza que, después de todo, sigue siendo gringa.

La otra ‘zona’ en Panamá

En Puerto Armuelles nadie habla de césped ni de grama; todos allí le dicen «yarda». Si se pregunta por un capataz es probable que pocos entiendan, porque en el pueblo todos los conocen por el «foreman».

Puerto Armuelles nació bajo el paraguas de Chiquita Brands que construyó carreteras, viviendas y alcantarillados alrededor de miles de hectáreas de tierras que utilizó, por décadas, para la siembra del banano.

En los mejores tiempos se vendieron 40 millones de cajas; hoy, no salen ni 10 millones.

Como un pequeño reino estadounidense, los barrios de Puerto tenían nombres en inglés. La Buena Vista de hoy, por ejemplo, se llamaba Spanish Town. La Barriada El Carmen era la Silver City, la barriada de los muelleros.

La zona más exclusiva era Las Palmas, en donde hoy funciona Las Palmas School. No todos entraban a «la zona», por supuesto. Había garita para controlar las entradas y salidas.

La compañía también construyó casas en barrios a los que llamó California y Los Ángeles. Los trabajadores que no vivían en las bananeras tuvieron la opción de comprar casas a muy bajos precios en estos lugares.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia junio 26, 2006

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CHARCO AZUL. LOS PORTEÑOS ESPERAN QUE OXY, UNA EMPRESA ESTADOUNIDENSE, ESTABLEZCA UNA REFINERÍA.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia

El bajón del negocio bananero en la cabecera del distrito de Barú, en la provincia de Chiriquí, ha provocado una intensa migración hacia otras áreas de la provincia. De los más de 46 mil habitantes que eran en 1990, en 2000 eran unos 22 mil. En los mejores tiempos había hasta 10 mil trabajadores en las bananeras, ganando hasta 2 mil dólares mensuales. Los ‘menos afortunados’ tenían salarios de 300 mensuales. El pueblo era una algarabía de gente, fiesta y dinero.

Ana Teresa Benjamín
Flor Bocharel Q.
Fotos: Demóstenes Angel

panorama@prensa.com

Todo comienza aquí, entre la humedad de los bananales. El trabajo de corte está organizado en cuadrillas de dos jornaleros, que deben cortar un número determinado de racimos para llenar los contenedores.697205 Dicen los que lo conocen bien que Puerto Armuelles ya no es el de antes. La actividad comercial ha bajado drásticamente y no extraña: 60% de los porteños está desempleado.

En los 34 años que lleva viviendo, Edgar Alexander Martínez no ha conocido otra cosa que la savia pegajosa del racimo recién desgajado del guineo verde.

«Toda mi vida he estado aquí», cuenta, casi con pena, mientras en el caserío de Finca Blanco de las bananeras de Puerto Armuelles la lluvia no termina.

Edgar es jornalero y nunca pensó que la bonanza del negocio bananero acabaría algún día. No tenía por qué, después de todo, porque desde que pudo abrir sus ojos no vio otra cosa que bananales inmensos y barcos grandísimos que llegaban al puerto a recoger la fruta que él cortaba.

Puerto Armuelles fue, por décadas, un remolino constante. Los jornaleros cortaban la fruta que se empacaba y viajaba, en tren, hasta el ‘mismísimo’ puerto. Allí entraban en acción los hombres curtidos del muelle, los mejor pagados. Para producir la fruta se había creado una fábrica de cajas y, para mantener en condiciones los equipos, un taller electromecánico.

Este ir y venir propició la apertura de restaurantes, bares y prostíbulos. Hasta un buen cine había y también clubes sociales. Eso sí, uno para la alta administración, otro para el pueblo.

Desde siempre, claro, Edgar supo que la dueña de todas las plantaciones, de todas las máquinas, de casi todo Puerto Armuelles, no era otra que Mamita Yunait.

«Mamita» empleaba a casi todos, pagaba salarios de oro, proveía el transporte escolar, recogía la basura, y hasta les vendía la cerveza a los trabajadores allí mismo, en los comisariatos de las fincas.

Quizás por eso es que Edgar no se sentía ni un poquito incómodo cuando se le quemaba un foco de la casa donde vivía y se sentaba a esperar que algún empleado de la Chiquita Brands llegara a reemplazarlo. «La casa no era mía», decía.

Pero ahora solo llueve. Sin más alegría que la esperanza. Edgar espera al tercer hijo y el piso de madera de la casa donde vive se deshace con las polillas.

«Antes, la cosa estaba mejor», cuenta Yeimy, su esposa. «Antes no pagábamos agua ni luz», agrega. «Cuando llegaba la quincena había plata. Ahora compras el alimento y ya se va».

Por su trabajo, Edgar recibe ahora unos 100 dólares mensuales, después de todos los descuentos comerciales y la deducción para la cuota del Seguro Social. Resulta, sin embargo, que la atención que recibe en el Seguro es a medias. «Te atienden, pero a la hora de buscar las medicinas no te las dan», cuenta.

La Cooperativa de Servicios Múltiples de Puerto Armuelles (Coosemupar), la dueña del negocio bananero desde el 30 de junio de 2003, tiene una deuda de 3 millones de dólares con la institución y lejos está de saldarla.

Aunque gorda, estos millones son la mínima parte de las deudas pendientes de Coosemupar: en total se deben 34 millones de dólares, una cantidad de dinero que está por estrangular a la cooperativa y que amenaza con desaparecer a los últimos 2 mil 800 trabajadores que todavía dependen de lo que antes fue la próspera actividad del «oro verde».

La tristeza de un puerto

Todos dicen lo mismo. Casi no importa que suene a cliché, porque en Puerto Armuelles parecen pensar que todo tiempo pasado fue mejor.

Lo dice Carlos Maestre, por ejemplo, director médico del Centro de Salud de pueblo, que pareciera que está por derrumbarse. «Me tocó ver cómo cayó Puerto Armuelles», relata, mientras saca cuentas mentales para decir, por fin, que en tres años la cantidad de pacientes que atiende ha bajado 40%. «Se han ido a David, a Paso Canoa, a Concepción», explica.

Los números le dan la razón. En los censos de 2000 -cuando la crisis bananera ya había empezado y prometía empeorar- la cantidad de habitantes de Puerto Armuelles (cabecera del distrito de Barú) era de 22 mil 755 personas. Diez años antes eran muchísimos más: 46 mil 93.

Y es que Puerto Armuelles era, sin duda, un imán. Un muellero ganaba fácilmente 2 mil dólares al mes y el peor pagado se hacía 300.

Precisamente este auge atrajo a Eustaquio González, hace quién sabe cuántos años. A los 12 años se sintió lo suficientemente hombre como para buscar empleo. Salió de Gualaca, su pueblo natal, y atravesó el río Chiriquí para alcanzar la ciudad de David. Allí trabajó un tiempo, reunió unos «realitos» y se puso como destino Rabo de Puerco, el antiguo nombre de Puerto.

«Hablé con el foreman de Finca Lechoza, y como era muy joven me asignaron el trabajo de ‘yardero», cuenta hoy, sentado en las escaleras desvencijadas de la otrora gloriosa oficina central de Chiquita en el pueblo.

González consiguió un cuarto en los campamentos de la finca y compraba comida en los comisariatos. «La leche costaba 10 centésimos el litro; y la carne, 50 centésimos la libra». Pero ahora la historia es muy distinta.

Dice Magaly Cubilla -ahora directora del Primer Ciclo de Puerto Armuelles- que el principio del final empezó en 1981, cuando la compañía cerró el Departamento de los Comisariatos, en donde trabajaba su padre, Domingo Cubilla.

Lo que pareció un desastre al principio, al final fue un salvavidas. Como para Domingo fue muy claro que Chiquita no duraría para siempre, ligero mandó a sus hijos a David, para que terminaran sus estudios. «Fui a la universidad manejando taxi en el día», cuenta la profesora.

Por eso que, hoy día, la directora es una de las pocas en Puerto que no depende directamente de la bananera para sobrevivir.

Sin embargo, tampoco ella pierde las esperanzas en la fruta. «Yo creo en la rehabilitación de las bananeras», comenta, sin olvidar ese proyecto que todos comentan y que dicen será, por fin, el remedio contra todos los infortunios: la refinería en la bahía de Charco Azul.

«Le apostamos a la refinería», dice Carlos Carbonó, presidente de la Cámara de Comercio de Puerto Armuelles. Una refinería de la cuarta petrolera más grande de Estados Unidos, la Oxy. Un proyecto de 6 mil millones de dólares que todavía está en veremos.

Una esperanza que, después de todo, sigue siendo gringa.

La otra ‘zona’ en Panamá

En Puerto Armuelles nadie habla de césped ni de grama; todos allí le dicen «yarda». Si se pregunta por un capataz es probable que pocos entiendan, porque en el pueblo todos los conocen por el «foreman».

Puerto Armuelles nació bajo el paraguas de Chiquita Brands que construyó carreteras, viviendas y alcantarillados alrededor de miles de hectáreas de tierras que utilizó, por décadas, para la siembra del banano.

En los mejores tiempos se vendieron 40 millones de cajas; hoy, no salen ni 10 millones.

Como un pequeño reino estadounidense, los barrios de Puerto tenían nombres en inglés. La Buena Vista de hoy, por ejemplo, se llamaba Spanish Town. La Barriada El Carmen era la Silver City, la barriada de los muelleros.

La zona más exclusiva era Las Palmas, en donde hoy funciona Las Palmas School. No todos entraban a «la zona», por supuesto. Había garita para controlar las entradas y salidas.

La compañía también construyó casas en barrios a los que llamó California y Los Ángeles. Los trabajadores que no vivían en las bananeras tuvieron la opción de comprar casas a muy bajos precios en estos lugares.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia junio 26, 2006

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CHARCO AZUL. LOS PORTEÑOS ESPERAN QUE OXY, UNA EMPRESA ESTADOUNIDENSE, ESTABLEZCA UNA REFINERÍA.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia

El bajón del negocio bananero en la cabecera del distrito de Barú, en la provincia de Chiriquí, ha provocado una intensa migración hacia otras áreas de la provincia. De los más de 46 mil habitantes que eran en 1990, en 2000 eran unos 22 mil. En los mejores tiempos había hasta 10 mil trabajadores en las bananeras, ganando hasta 2 mil dólares mensuales. Los ‘menos afortunados’ tenían salarios de 300 mensuales. El pueblo era una algarabía de gente, fiesta y dinero.

Ana Teresa Benjamín
Flor Bocharel Q.
Fotos: Demóstenes Angel

panorama@prensa.com

Todo comienza aquí, entre la humedad de los bananales. El trabajo de corte está organizado en cuadrillas de dos jornaleros, que deben cortar un número determinado de racimos para llenar los contenedores.697205 Dicen los que lo conocen bien que Puerto Armuelles ya no es el de antes. La actividad comercial ha bajado drásticamente y no extraña: 60% de los porteños está desempleado.

En los 34 años que lleva viviendo, Edgar Alexander Martínez no ha conocido otra cosa que la savia pegajosa del racimo recién desgajado del guineo verde.

«Toda mi vida he estado aquí», cuenta, casi con pena, mientras en el caserío de Finca Blanco de las bananeras de Puerto Armuelles la lluvia no termina.

Edgar es jornalero y nunca pensó que la bonanza del negocio bananero acabaría algún día. No tenía por qué, después de todo, porque desde que pudo abrir sus ojos no vio otra cosa que bananales inmensos y barcos grandísimos que llegaban al puerto a recoger la fruta que él cortaba.

Puerto Armuelles fue, por décadas, un remolino constante. Los jornaleros cortaban la fruta que se empacaba y viajaba, en tren, hasta el ‘mismísimo’ puerto. Allí entraban en acción los hombres curtidos del muelle, los mejor pagados. Para producir la fruta se había creado una fábrica de cajas y, para mantener en condiciones los equipos, un taller electromecánico.

Este ir y venir propició la apertura de restaurantes, bares y prostíbulos. Hasta un buen cine había y también clubes sociales. Eso sí, uno para la alta administración, otro para el pueblo.

Desde siempre, claro, Edgar supo que la dueña de todas las plantaciones, de todas las máquinas, de casi todo Puerto Armuelles, no era otra que Mamita Yunait.

«Mamita» empleaba a casi todos, pagaba salarios de oro, proveía el transporte escolar, recogía la basura, y hasta les vendía la cerveza a los trabajadores allí mismo, en los comisariatos de las fincas.

Quizás por eso es que Edgar no se sentía ni un poquito incómodo cuando se le quemaba un foco de la casa donde vivía y se sentaba a esperar que algún empleado de la Chiquita Brands llegara a reemplazarlo. «La casa no era mía», decía.

Pero ahora solo llueve. Sin más alegría que la esperanza. Edgar espera al tercer hijo y el piso de madera de la casa donde vive se deshace con las polillas.

«Antes, la cosa estaba mejor», cuenta Yeimy, su esposa. «Antes no pagábamos agua ni luz», agrega. «Cuando llegaba la quincena había plata. Ahora compras el alimento y ya se va».

Por su trabajo, Edgar recibe ahora unos 100 dólares mensuales, después de todos los descuentos comerciales y la deducción para la cuota del Seguro Social. Resulta, sin embargo, que la atención que recibe en el Seguro es a medias. «Te atienden, pero a la hora de buscar las medicinas no te las dan», cuenta.

La Cooperativa de Servicios Múltiples de Puerto Armuelles (Coosemupar), la dueña del negocio bananero desde el 30 de junio de 2003, tiene una deuda de 3 millones de dólares con la institución y lejos está de saldarla.

Aunque gorda, estos millones son la mínima parte de las deudas pendientes de Coosemupar: en total se deben 34 millones de dólares, una cantidad de dinero que está por estrangular a la cooperativa y que amenaza con desaparecer a los últimos 2 mil 800 trabajadores que todavía dependen de lo que antes fue la próspera actividad del «oro verde».

La tristeza de un puerto

Todos dicen lo mismo. Casi no importa que suene a cliché, porque en Puerto Armuelles parecen pensar que todo tiempo pasado fue mejor.

Lo dice Carlos Maestre, por ejemplo, director médico del Centro de Salud de pueblo, que pareciera que está por derrumbarse. «Me tocó ver cómo cayó Puerto Armuelles», relata, mientras saca cuentas mentales para decir, por fin, que en tres años la cantidad de pacientes que atiende ha bajado 40%. «Se han ido a David, a Paso Canoa, a Concepción», explica.

Los números le dan la razón. En los censos de 2000 -cuando la crisis bananera ya había empezado y prometía empeorar- la cantidad de habitantes de Puerto Armuelles (cabecera del distrito de Barú) era de 22 mil 755 personas. Diez años antes eran muchísimos más: 46 mil 93.

Y es que Puerto Armuelles era, sin duda, un imán. Un muellero ganaba fácilmente 2 mil dólares al mes y el peor pagado se hacía 300.

Precisamente este auge atrajo a Eustaquio González, hace quién sabe cuántos años. A los 12 años se sintió lo suficientemente hombre como para buscar empleo. Salió de Gualaca, su pueblo natal, y atravesó el río Chiriquí para alcanzar la ciudad de David. Allí trabajó un tiempo, reunió unos «realitos» y se puso como destino Rabo de Puerco, el antiguo nombre de Puerto.

«Hablé con el foreman de Finca Lechoza, y como era muy joven me asignaron el trabajo de ‘yardero», cuenta hoy, sentado en las escaleras desvencijadas de la otrora gloriosa oficina central de Chiquita en el pueblo.

González consiguió un cuarto en los campamentos de la finca y compraba comida en los comisariatos. «La leche costaba 10 centésimos el litro; y la carne, 50 centésimos la libra». Pero ahora la historia es muy distinta.

Dice Magaly Cubilla -ahora directora del Primer Ciclo de Puerto Armuelles- que el principio del final empezó en 1981, cuando la compañía cerró el Departamento de los Comisariatos, en donde trabajaba su padre, Domingo Cubilla.

Lo que pareció un desastre al principio, al final fue un salvavidas. Como para Domingo fue muy claro que Chiquita no duraría para siempre, ligero mandó a sus hijos a David, para que terminaran sus estudios. «Fui a la universidad manejando taxi en el día», cuenta la profesora.

Por eso que, hoy día, la directora es una de las pocas en Puerto que no depende directamente de la bananera para sobrevivir.

Sin embargo, tampoco ella pierde las esperanzas en la fruta. «Yo creo en la rehabilitación de las bananeras», comenta, sin olvidar ese proyecto que todos comentan y que dicen será, por fin, el remedio contra todos los infortunios: la refinería en la bahía de Charco Azul.

«Le apostamos a la refinería», dice Carlos Carbonó, presidente de la Cámara de Comercio de Puerto Armuelles. Una refinería de la cuarta petrolera más grande de Estados Unidos, la Oxy. Un proyecto de 6 mil millones de dólares que todavía está en veremos.

Una esperanza que, después de todo, sigue siendo gringa.

La otra ‘zona’ en Panamá

En Puerto Armuelles nadie habla de césped ni de grama; todos allí le dicen «yarda». Si se pregunta por un capataz es probable que pocos entiendan, porque en el pueblo todos los conocen por el «foreman».

Puerto Armuelles nació bajo el paraguas de Chiquita Brands que construyó carreteras, viviendas y alcantarillados alrededor de miles de hectáreas de tierras que utilizó, por décadas, para la siembra del banano.

En los mejores tiempos se vendieron 40 millones de cajas; hoy, no salen ni 10 millones.

Como un pequeño reino estadounidense, los barrios de Puerto tenían nombres en inglés. La Buena Vista de hoy, por ejemplo, se llamaba Spanish Town. La Barriada El Carmen era la Silver City, la barriada de los muelleros.

La zona más exclusiva era Las Palmas, en donde hoy funciona Las Palmas School. No todos entraban a «la zona», por supuesto. Había garita para controlar las entradas y salidas.

La compañía también construyó casas en barrios a los que llamó California y Los Ángeles. Los trabajadores que no vivían en las bananeras tuvieron la opción de comprar casas a muy bajos precios en estos lugares.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia junio 26, 2006

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CHARCO AZUL. LOS PORTEÑOS ESPERAN QUE OXY, UNA EMPRESA ESTADOUNIDENSE, ESTABLEZCA UNA REFINERÍA.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia

El bajón del negocio bananero en la cabecera del distrito de Barú, en la provincia de Chiriquí, ha provocado una intensa migración hacia otras áreas de la provincia. De los más de 46 mil habitantes que eran en 1990, en 2000 eran unos 22 mil. En los mejores tiempos había hasta 10 mil trabajadores en las bananeras, ganando hasta 2 mil dólares mensuales. Los ‘menos afortunados’ tenían salarios de 300 mensuales. El pueblo era una algarabía de gente, fiesta y dinero.

Ana Teresa Benjamín
Flor Bocharel Q.
Fotos: Demóstenes Angel

panorama@prensa.com

Todo comienza aquí, entre la humedad de los bananales. El trabajo de corte está organizado en cuadrillas de dos jornaleros, que deben cortar un número determinado de racimos para llenar los contenedores.697205 Dicen los que lo conocen bien que Puerto Armuelles ya no es el de antes. La actividad comercial ha bajado drásticamente y no extraña: 60% de los porteños está desempleado.

En los 34 años que lleva viviendo, Edgar Alexander Martínez no ha conocido otra cosa que la savia pegajosa del racimo recién desgajado del guineo verde.

«Toda mi vida he estado aquí», cuenta, casi con pena, mientras en el caserío de Finca Blanco de las bananeras de Puerto Armuelles la lluvia no termina.

Edgar es jornalero y nunca pensó que la bonanza del negocio bananero acabaría algún día. No tenía por qué, después de todo, porque desde que pudo abrir sus ojos no vio otra cosa que bananales inmensos y barcos grandísimos que llegaban al puerto a recoger la fruta que él cortaba.

Puerto Armuelles fue, por décadas, un remolino constante. Los jornaleros cortaban la fruta que se empacaba y viajaba, en tren, hasta el ‘mismísimo’ puerto. Allí entraban en acción los hombres curtidos del muelle, los mejor pagados. Para producir la fruta se había creado una fábrica de cajas y, para mantener en condiciones los equipos, un taller electromecánico.

Este ir y venir propició la apertura de restaurantes, bares y prostíbulos. Hasta un buen cine había y también clubes sociales. Eso sí, uno para la alta administración, otro para el pueblo.

Desde siempre, claro, Edgar supo que la dueña de todas las plantaciones, de todas las máquinas, de casi todo Puerto Armuelles, no era otra que Mamita Yunait.

«Mamita» empleaba a casi todos, pagaba salarios de oro, proveía el transporte escolar, recogía la basura, y hasta les vendía la cerveza a los trabajadores allí mismo, en los comisariatos de las fincas.

Quizás por eso es que Edgar no se sentía ni un poquito incómodo cuando se le quemaba un foco de la casa donde vivía y se sentaba a esperar que algún empleado de la Chiquita Brands llegara a reemplazarlo. «La casa no era mía», decía.

Pero ahora solo llueve. Sin más alegría que la esperanza. Edgar espera al tercer hijo y el piso de madera de la casa donde vive se deshace con las polillas.

«Antes, la cosa estaba mejor», cuenta Yeimy, su esposa. «Antes no pagábamos agua ni luz», agrega. «Cuando llegaba la quincena había plata. Ahora compras el alimento y ya se va».

Por su trabajo, Edgar recibe ahora unos 100 dólares mensuales, después de todos los descuentos comerciales y la deducción para la cuota del Seguro Social. Resulta, sin embargo, que la atención que recibe en el Seguro es a medias. «Te atienden, pero a la hora de buscar las medicinas no te las dan», cuenta.

La Cooperativa de Servicios Múltiples de Puerto Armuelles (Coosemupar), la dueña del negocio bananero desde el 30 de junio de 2003, tiene una deuda de 3 millones de dólares con la institución y lejos está de saldarla.

Aunque gorda, estos millones son la mínima parte de las deudas pendientes de Coosemupar: en total se deben 34 millones de dólares, una cantidad de dinero que está por estrangular a la cooperativa y que amenaza con desaparecer a los últimos 2 mil 800 trabajadores que todavía dependen de lo que antes fue la próspera actividad del «oro verde».

La tristeza de un puerto

Todos dicen lo mismo. Casi no importa que suene a cliché, porque en Puerto Armuelles parecen pensar que todo tiempo pasado fue mejor.

Lo dice Carlos Maestre, por ejemplo, director médico del Centro de Salud de pueblo, que pareciera que está por derrumbarse. «Me tocó ver cómo cayó Puerto Armuelles», relata, mientras saca cuentas mentales para decir, por fin, que en tres años la cantidad de pacientes que atiende ha bajado 40%. «Se han ido a David, a Paso Canoa, a Concepción», explica.

Los números le dan la razón. En los censos de 2000 -cuando la crisis bananera ya había empezado y prometía empeorar- la cantidad de habitantes de Puerto Armuelles (cabecera del distrito de Barú) era de 22 mil 755 personas. Diez años antes eran muchísimos más: 46 mil 93.

Y es que Puerto Armuelles era, sin duda, un imán. Un muellero ganaba fácilmente 2 mil dólares al mes y el peor pagado se hacía 300.

Precisamente este auge atrajo a Eustaquio González, hace quién sabe cuántos años. A los 12 años se sintió lo suficientemente hombre como para buscar empleo. Salió de Gualaca, su pueblo natal, y atravesó el río Chiriquí para alcanzar la ciudad de David. Allí trabajó un tiempo, reunió unos «realitos» y se puso como destino Rabo de Puerco, el antiguo nombre de Puerto.

«Hablé con el foreman de Finca Lechoza, y como era muy joven me asignaron el trabajo de ‘yardero», cuenta hoy, sentado en las escaleras desvencijadas de la otrora gloriosa oficina central de Chiquita en el pueblo.

González consiguió un cuarto en los campamentos de la finca y compraba comida en los comisariatos. «La leche costaba 10 centésimos el litro; y la carne, 50 centésimos la libra». Pero ahora la historia es muy distinta.

Dice Magaly Cubilla -ahora directora del Primer Ciclo de Puerto Armuelles- que el principio del final empezó en 1981, cuando la compañía cerró el Departamento de los Comisariatos, en donde trabajaba su padre, Domingo Cubilla.

Lo que pareció un desastre al principio, al final fue un salvavidas. Como para Domingo fue muy claro que Chiquita no duraría para siempre, ligero mandó a sus hijos a David, para que terminaran sus estudios. «Fui a la universidad manejando taxi en el día», cuenta la profesora.

Por eso que, hoy día, la directora es una de las pocas en Puerto que no depende directamente de la bananera para sobrevivir.

Sin embargo, tampoco ella pierde las esperanzas en la fruta. «Yo creo en la rehabilitación de las bananeras», comenta, sin olvidar ese proyecto que todos comentan y que dicen será, por fin, el remedio contra todos los infortunios: la refinería en la bahía de Charco Azul.

«Le apostamos a la refinería», dice Carlos Carbonó, presidente de la Cámara de Comercio de Puerto Armuelles. Una refinería de la cuarta petrolera más grande de Estados Unidos, la Oxy. Un proyecto de 6 mil millones de dólares que todavía está en veremos.

Una esperanza que, después de todo, sigue siendo gringa.

La otra ‘zona’ en Panamá

En Puerto Armuelles nadie habla de césped ni de grama; todos allí le dicen «yarda». Si se pregunta por un capataz es probable que pocos entiendan, porque en el pueblo todos los conocen por el «foreman».

Puerto Armuelles nació bajo el paraguas de Chiquita Brands que construyó carreteras, viviendas y alcantarillados alrededor de miles de hectáreas de tierras que utilizó, por décadas, para la siembra del banano.

En los mejores tiempos se vendieron 40 millones de cajas; hoy, no salen ni 10 millones.

Como un pequeño reino estadounidense, los barrios de Puerto tenían nombres en inglés. La Buena Vista de hoy, por ejemplo, se llamaba Spanish Town. La Barriada El Carmen era la Silver City, la barriada de los muelleros.

La zona más exclusiva era Las Palmas, en donde hoy funciona Las Palmas School. No todos entraban a «la zona», por supuesto. Había garita para controlar las entradas y salidas.

La compañía también construyó casas en barrios a los que llamó California y Los Ángeles. Los trabajadores que no vivían en las bananeras tuvieron la opción de comprar casas a muy bajos precios en estos lugares.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia junio 26, 2006

Posted by BPP in Barú, Historia, Puerto Armuelles.
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CHARCO AZUL. LOS PORTEÑOS ESPERAN QUE OXY, UNA EMPRESA ESTADOUNIDENSE, ESTABLEZCA UNA REFINERÍA.

Puerto Armuelles se llena de nostalgia

El bajón del negocio bananero en la cabecera del distrito de Barú, en la provincia de Chiriquí, ha provocado una intensa migración hacia otras áreas de la provincia. De los más de 46 mil habitantes que eran en 1990, en 2000 eran unos 22 mil. En los mejores tiempos había hasta 10 mil trabajadores en las bananeras, ganando hasta 2 mil dólares mensuales. Los ‘menos afortunados’ tenían salarios de 300 mensuales. El pueblo era una algarabía de gente, fiesta y dinero.

Ana Teresa Benjamín
Flor Bocharel Q.
Fotos: Demóstenes Angel

panorama@prensa.com

Todo comienza aquí, entre la humedad de los bananales. El trabajo de corte está organizado en cuadrillas de dos jornaleros, que deben cortar un número determinado de racimos para llenar los contenedores.697205 Dicen los que lo conocen bien que Puerto Armuelles ya no es el de antes. La actividad comercial ha bajado drásticamente y no extraña: 60% de los porteños está desempleado.

En los 34 años que lleva viviendo, Edgar Alexander Martínez no ha conocido otra cosa que la savia pegajosa del racimo recién desgajado del guineo verde.

«Toda mi vida he estado aquí», cuenta, casi con pena, mientras en el caserío de Finca Blanco de las bananeras de Puerto Armuelles la lluvia no termina.

Edgar es jornalero y nunca pensó que la bonanza del negocio bananero acabaría algún día. No tenía por qué, después de todo, porque desde que pudo abrir sus ojos no vio otra cosa que bananales inmensos y barcos grandísimos que llegaban al puerto a recoger la fruta que él cortaba.

Puerto Armuelles fue, por décadas, un remolino constante. Los jornaleros cortaban la fruta que se empacaba y viajaba, en tren, hasta el ‘mismísimo’ puerto. Allí entraban en acción los hombres curtidos del muelle, los mejor pagados. Para producir la fruta se había creado una fábrica de cajas y, para mantener en condiciones los equipos, un taller electromecánico.

Este ir y venir propició la apertura de restaurantes, bares y prostíbulos. Hasta un buen cine había y también clubes sociales. Eso sí, uno para la alta administración, otro para el pueblo.

Desde siempre, claro, Edgar supo que la dueña de todas las plantaciones, de todas las máquinas, de casi todo Puerto Armuelles, no era otra que Mamita Yunait.

«Mamita» empleaba a casi todos, pagaba salarios de oro, proveía el transporte escolar, recogía la basura, y hasta les vendía la cerveza a los trabajadores allí mismo, en los comisariatos de las fincas.

Quizás por eso es que Edgar no se sentía ni un poquito incómodo cuando se le quemaba un foco de la casa donde vivía y se sentaba a esperar que algún empleado de la Chiquita Brands llegara a reemplazarlo. «La casa no era mía», decía.

Pero ahora solo llueve. Sin más alegría que la esperanza. Edgar espera al tercer hijo y el piso de madera de la casa donde vive se deshace con las polillas.

«Antes, la cosa estaba mejor», cuenta Yeimy, su esposa. «Antes no pagábamos agua ni luz», agrega. «Cuando llegaba la quincena había plata. Ahora compras el alimento y ya se va».

Por su trabajo, Edgar recibe ahora unos 100 dólares mensuales, después de todos los descuentos comerciales y la deducción para la cuota del Seguro Social. Resulta, sin embargo, que la atención que recibe en el Seguro es a medias. «Te atienden, pero a la hora de buscar las medicinas no te las dan», cuenta.

La Cooperativa de Servicios Múltiples de Puerto Armuelles (Coosemupar), la dueña del negocio bananero desde el 30 de junio de 2003, tiene una deuda de 3 millones de dólares con la institución y lejos está de saldarla.

Aunque gorda, estos millones son la mínima parte de las deudas pendientes de Coosemupar: en total se deben 34 millones de dólares, una cantidad de dinero que está por estrangular a la cooperativa y que amenaza con desaparecer a los últimos 2 mil 800 trabajadores que todavía dependen de lo que antes fue la próspera actividad del «oro verde».

La tristeza de un puerto

Todos dicen lo mismo. Casi no importa que suene a cliché, porque en Puerto Armuelles parecen pensar que todo tiempo pasado fue mejor.

Lo dice Carlos Maestre, por ejemplo, director médico del Centro de Salud de pueblo, que pareciera que está por derrumbarse. «Me tocó ver cómo cayó Puerto Armuelles», relata, mientras saca cuentas mentales para decir, por fin, que en tres años la cantidad de pacientes que atiende ha bajado 40%. «Se han ido a David, a Paso Canoa, a Concepción», explica.

Los números le dan la razón. En los censos de 2000 -cuando la crisis bananera ya había empezado y prometía empeorar- la cantidad de habitantes de Puerto Armuelles (cabecera del distrito de Barú) era de 22 mil 755 personas. Diez años antes eran muchísimos más: 46 mil 93.

Y es que Puerto Armuelles era, sin duda, un imán. Un muellero ganaba fácilmente 2 mil dólares al mes y el peor pagado se hacía 300.

Precisamente este auge atrajo a Eustaquio González, hace quién sabe cuántos años. A los 12 años se sintió lo suficientemente hombre como para buscar empleo. Salió de Gualaca, su pueblo natal, y atravesó el río Chiriquí para alcanzar la ciudad de David. Allí trabajó un tiempo, reunió unos «realitos» y se puso como destino Rabo de Puerco, el antiguo nombre de Puerto.

«Hablé con el foreman de Finca Lechoza, y como era muy joven me asignaron el trabajo de ‘yardero», cuenta hoy, sentado en las escaleras desvencijadas de la otrora gloriosa oficina central de Chiquita en el pueblo.

González consiguió un cuarto en los campamentos de la finca y compraba comida en los comisariatos. «La leche costaba 10 centésimos el litro; y la carne, 50 centésimos la libra». Pero ahora la historia es muy distinta.

Dice Magaly Cubilla -ahora directora del Primer Ciclo de Puerto Armuelles- que el principio del final empezó en 1981, cuando la compañía cerró el Departamento de los Comisariatos, en donde trabajaba su padre, Domingo Cubilla.

Lo que pareció un desastre al principio, al final fue un salvavidas. Como para Domingo fue muy claro que Chiquita no duraría para siempre, ligero mandó a sus hijos a David, para que terminaran sus estudios. «Fui a la universidad manejando taxi en el día», cuenta la profesora.

Por eso que, hoy día, la directora es una de las pocas en Puerto que no depende directamente de la bananera para sobrevivir.

Sin embargo, tampoco ella pierde las esperanzas en la fruta. «Yo creo en la rehabilitación de las bananeras», comenta, sin olvidar ese proyecto que todos comentan y que dicen será, por fin, el remedio contra todos los infortunios: la refinería en la bahía de Charco Azul.

«Le apostamos a la refinería», dice Carlos Carbonó, presidente de la Cámara de Comercio de Puerto Armuelles. Una refinería de la cuarta petrolera más grande de Estados Unidos, la Oxy. Un proyecto de 6 mil millones de dólares que todavía está en veremos.

Una esperanza que, después de todo, sigue siendo gringa.

La otra ‘zona’ en Panamá

En Puerto Armuelles nadie habla de césped ni de grama; todos allí le dicen «yarda». Si se pregunta por un capataz es probable que pocos entiendan, porque en el pueblo todos los conocen por el «foreman».

Puerto Armuelles nació bajo el paraguas de Chiquita Brands que construyó carreteras, viviendas y alcantarillados alrededor de miles de hectáreas de tierras que utilizó, por décadas, para la siembra del banano.

En los mejores tiempos se vendieron 40 millones de cajas; hoy, no salen ni 10 millones.

Como un pequeño reino estadounidense, los barrios de Puerto tenían nombres en inglés. La Buena Vista de hoy, por ejemplo, se llamaba Spanish Town. La Barriada El Carmen era la Silver City, la barriada de los muelleros.

La zona más exclusiva era Las Palmas, en donde hoy funciona Las Palmas School. No todos entraban a «la zona», por supuesto. Había garita para controlar las entradas y salidas.

La compañía también construyó casas en barrios a los que llamó California y Los Ángeles. Los trabajadores que no vivían en las bananeras tuvieron la opción de comprar casas a muy bajos precios en estos lugares.