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Leyendas chiricanas: Juan de Pomoceno May 25, 2014

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Juan de Pomoceno

César Samudio-Castro*

Esta es la historia de un hombre de la vida real que vivió en El Paso de la Guitarra, en San Pablo Viejo, un lugar donde decían que salía el diablo, que se dedicaba a potrear animales (caballos, burros, mulas o cualquier animal bronco que nadie se atreviera a montar). Este hombre, que se llamaba Juan de Pomoceno (posiblemente se trate de Juan Nepomuceno Venero Agnew), era muy conocido en el área de Alanje y David porque, además de mujeriego y tomador de guaro, era un excelente jinete y muy deslenguado y hereje.

Su fama de magnífico jinete era ampliamente conocida; la gente llegaba de todas partes a contratarlo para hacer trabajos especiales (montar animales montaraces o endiablados) porque sabía que éste era el único jinete que había en toda la provincia que era capaz de montar “todo lo que no se podía montar”. Dicen, por ejemplo, que cogía un macho bronco y en una sabaneta se montaba al revés y a punta de pipe de toro y de gritos doblegaba al animal, hasta dejarlo dócil como un perrito faldero. Este jinete tenía una tía que, viendo las maromas que él hacía, siempre le decía preocupada: “Oye muchacho, ¡ten cuidao!” Su respuesta siempre era la misma: “No se preocupe tía; a Juan de Pomoceno ni el diablo se lo lleva”.

Cuando Juan empezaba a amansar a un nuevo animal primero se tomaba una pacha de guaro de un solo trago; la gente se aglutinaba para ver sus acrobacias. Montaba a estos animales con silla o sin silla. Se montaba de un brinco. Se montaba cara hacia atrás; cara hacia adelante. El animal podía dar mil brincos, pero él, en vez de caerse, seguía gritándole y dándole cuero y más cuero, hasta que finalmente al animal se le quitaran las ganas de brincar. Así de agresivo era el estilo de este gran amansador de animales broncos que todo el mundo conoció con el nombre de Juan de Pomoceno.

Jinete loco, Juan de Pomoceno, Leyendas Chiricanas

Juan de Pomoceno

Se cuenta que un domingo este jinete hereje se fue a chupar, a caballo, en una parranda que había por los lados de Guarumal. Cuando el hombre que decía que ni el diablo se lo llevaba estaba de regreso, bien empetrolado, como a golpe de tres o tres y media de la mañana, sintió que súbitamente se formó una especie de tornado que hacía un gran zumbido y que venía acercándose velozmente; viene el “huracán” y va levantando a Juan de Pomoceno, con todo y caballo, por los aires; el caballo iba con las patas hacia arriba y el jinete con la cabeza hacia abajo. La gente de San Pablo que madrugaba a hacer sus labores vio, sin comprender, lo que pasaba. Sólo cuando escucharon que el jinete que iba cabeza hacia abajo comenzó a gritar: “¡A Juan de Pomoceno ni el diablo se lo lleva!” es que vinieron a deducir que a Juan de Pomoceno, el jinete deslenguado y hereje, el diablo se lo estaba llevando.

Como cincuenta veces, para darse valor, el jinete hereje gritó: “¡A Juan de Pomoceno ni el diablo se lo lleva!” Pero llegó un momento en que la cosa se puso fea, muy fea, porque el “huracán” ya llevaba muy alto al jinete y al caballo; cuando estaban como a trescientos metros de altura, Juan de Pomoceno, cabeza hacia abajo, veía los campanarios de las iglesias de Alanje, David y Dolega; veía la cima del Volcán Barú llena de bosques y neblinas; veía en las calles los carretones que servían de taxi en la ciudad de David; hizo rotar, a espuelazos, la posición de su caballo y desde allá veía a las caguamas y chichimecos que caminaban sobre la blanca arena de la finca que él tenía en la playa de Estero Rico.

Cuando Juan vio que la cosa pasó de fea a requetefea, porque el “huracán” los seguía levantando rumbo al cielo sin fin, éste exclamó angustiado: “Ay Dios mío, ¿qué es esto? ¿Pa onde es que yo voy?” El huracán (el diablo), al escuchar estas palabras, perdió el impulso y los bajó bajito; y ¡pa! los tiró a tierra. Pero los tiró donde había un espinero (araña gato, caña brava, pirales y una espina que hay en la montaña que sólo el cuero del macho de monte la resiste). ¡Boom! La gente escuchó a lo lejos el encontronazo; también oía el berrido del hombre diciendo: “Aquí estoy como amarrao. Me tienen enlazado como con unos látigos de alambre y no me puedo soltar. Y el caballo está igual. Pero, ¡a Juan de Pomoceno ni el diablo se lo lleva!”

Esto había ocurrido un domingo amanecer lunes. Casi un día y medio demoró el jinete hereje quejándose y pidiendo auxilio. El martes fue cuando vinieron a rescatarlo, porque la gente atemorizada se preguntaba qué será lo que le pasa a este hombre que está suelto en lugar limpiecito hablando de espinas y de ataduras. Como sabían lo hereje que era este hombre, dedujeron que eso no era nada bueno y entonces fueron a buscar a la madrina, que vivía en San Carlos, y al padrino, que vivía en David, para que lo desencantaran. Llegaron los padrinos y la tía y fueron a ver dónde estaba Juan de Pomoceno, hablando incoherencias y quejándose. Ese lugar era como un llano. Como un potrero clarito, pero él decía que estaba metido en una montaña y que la gente no lo veía. “Juan, Juan, ¡párate!” Él los escuchaba, pero decía que no podía moverse porque estaba amarrado y metido en medio de un espinero.

Viene la madrina y le da la mano y de una vez el jinete hereje quedó libre.

—Ajo madrina, usted sí tiene poder. ¡Cómo se rompen estos alambres con los que me amarró este hijueputa y me subió como a más de trescientos metros de altura! Pero cuando yo le dije ‘Ay Dios mío, pa onde me lleva este diablo’ vino y me bajó bajito y me jondió aquí con todo y caballo.

Pero a pesar del gran susto, Juan de Pomoceno jamás dejó de potrear animales broncos, tomar guaro y de ser un blasfemo y mujeriego; siguió diciendo hasta el fin de sus días, cada vez que tenía una situación difícil, que: “¡A Juan de Pomoceno ni el diablo se lo lleva!” Esto lo decía y hacía, pues, porque siempre se ha sabido que la mayor parte de las mujeres ha sentido y sigue sintiendo una gran fascinación por los hombres rudos, tomadores de guaro, mujeriegos y herejes…

-Fin­-

* Publicado por el autor de su libro LEYENDAS CHIRICANAS. Teléfono del autor:  66496738; correo electrónico: samudio@cwpanama.net

El Balú y la vieja Apobó julio 19, 2008

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CUENTOS DORASQUES

EL BALÚ ACSHILA Y LA VIEJA APOBÓ

El sabio y poderoso Balú Acshila fue bautizado y recibió de su padrino castellano el nombre de Esteban Catalán. Aunque ya no era joven y sus hijos tenían familia grande, el se conservaba fuerte y ágil y gobernaba bien su gente de acuerdo con el cura del pueblo y del jefe español.

Todos los veranos los doraces pasaban la cordillera y bajaban por los ríos del norte para pescar los sabrosos peces que sólo se crían en los pequeños afluentes del Changuinola y del Sixaola* Cuando regresaron de su viaje trajeron consigo una mujer blanca, una francesa que había estado prisionera de los chánguinas y que ellos habían encontrado perdida en la montaña. Se la entregaron al Padre Joaquín Rodríguez y él la bautizó con el nombre de Joaquina Rodríguez y después se la dio por esposa al Balú Acshila. Del nuevo matrimonio del Balú nacieron tres niñas blancas que se criaron en el convento con mucho cuidado y esmero.

En Cochea vivía un hombre bautizado con el nombre de Patricio Ríos (en el lugar que aún recibe el nombre de Paso de Patricio), y ese hombre se robó a la segunda de las hijas Blancas del balú, la llamada María Polonia Catalán. — El Padre Joaquín Rodríguez, tutor de las niñas estaba avergonzado por que había ocurrido y el Gobernador español mandó buscar Patricio Ríos para castigarlo si no se casaba con la niña. El indio fue puesto en el «rollo» y recibió cincuenta azotes que no le hicieron siquiera parpadear. Después él dijo que se casaría si la mujer que lo había criado daba su consentimiento.

Esa  mujer,  llamada  en  indio  Apobó y  en castellano Juana María Araúz, vivía en El Flor, y cuando supo el castigo que le habían dado a su hijo se llenó de dolor y se negó a dar su consentimiento, porque ella decía que no quería que su hijo le casara con esa blanca carilarga como perra. Por esa ofensa  el Balú  mandó  que  la azotaran  en  el  «rollo» y al fin, encida  por  el   dolor  dio  su  consentimiento.  Poco  tiempo después el otro criado de la vieja Apobó, llamado Sebastián Jiménez, se enamoró de la hija menor del Balú; la pidió en matrimonio y le fue dada aunque sin el consentimiento de la vieja Apobó, quien por su terquedad fue nuevamente azotada con el «rollo». Cuando bajó del tronco del suplicio le dijo al jefe indio: «Balú Acshila: irga agai» que en castellano quiere fecir:  «Llorará tu corazón» y se fue para su casa en el monte de El Flor (Iri-ish).

Pasó el tiempo. La hija mayor del Balú, la llamada María de los Santos Catalán se casó con Gervasio Santamaría, del lugar de San Lorenzo, donde formaron una gran familia. El Balú se había quedado solo en su gran casa cercana a la iglesia y al convento, en donde se habían criado sus hijas blancas y cercana también a la casa del pueblo de la vieja Apobó, en cuyo corazón estaba siempre clavada la espina del gran dolor sus hijos desmerecidos por un matrimonio desigual. Una noche el Balú sintió que golpeaban a su puerta y en indio decían: «¿Balú, cábiga? » que quiere decir «¿estás dormido? » por tres veces le hicieron la misma pregunta y al fin él contestó en castellano: «No; yo estoy despierto»; entonces Apobó siguió diciendo en lengua «levántate y ven a tomar esta totuma de chicha que te traigo». Aunque era temprano de la madrugada él cogió la totuma y bebió. La vieja sólo dijo «me voy» y él guardó la totuma en que había bebido. A la mañana siguiente, ya el sol alto, pensó en que por qué la Apobó había venido a darle chicha en la noche y malicioso fue a ver la totuma que tenía el fondo manchado de sangre. La chicha era sangre y él la había bebido: Furioso se fue a la casa de Apobó y mostrándole la totuma manchada le dijo » ¿Qué quiere decir esto? » ella contestó medio en indio y medio en castellano «ba, tara; ba, calcó, badeta, badeta (ya, hombre, ya pedazo de madera; ya vete); vete con tus trastos que ya te tengo fregado». A lo que el Balú contestó «¿Que me vaya con todos mis trastos? No allego yo al otro mundo sin que antes de prender candela tú con todos tus trastos llegarás al infierno».

Pasó como un año sin que nada ocurriera, pero tanto el Balú como la vieja Apobó mantenían el odio en su corazón y nada más esperaban una ocasión para cobrarse la ofensa.

Ya como en diciembre el Balú se fue con sus yernos a la montaña de Los Bobos (Palmira) a preparar las tierras para la siembra nueva. El sentía que ya su gran viaje estaba cerca y con dolor pensaba que la vieja Apobó se quedaría para contar su cuento y eso le aturdía la cabeza y le amargaba la boca. Al medio día después de almorzar, mientras sus yernos afilaban los machetes, tendió una manta y se acostó con los ojos cerrados, a pensar. Estando así oyó arriba del árbol un ruido y vio que venía bajando un huevo de gallina y le cayó sobre el estómago. El lo cogió, se levantó y se acostó en otro lado; pero allá también le cayó otro huevo y luego otro. «¿Gallinas aquí? » se dijo él. «No, estas son cosas de Apobó que me quiere decir que aunque esté lejos, ella me sigue los pasos». «Ella puede y yo puedo también» y cogiendo su cerbatana sopló los tres huevos en dirección a El Flor donde estaba la vieja Apobó y le golpeó el corazón y murió de una vez. Pero antes de echar el último aliento, levantó el puño hacia el norte, hacia donde volaban los pájaros y allá en la montaña, bajo su manta, el viejo Balú sintió que algo se le rompía dentro del pecho y que antes de que se apagaran las brasas ya él no sería nadie. Los dos enemigos se destruyeron uno al otro.

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* En algunos de esos ríos se cría un pez de carne exquisita llamado «bocachica». Durante el verano, muchos chiricanos cruzan la cordillera sólo por darse el gusto de comer «bocachica» fresco, aunque también lo salan y ahuman. Todo estaría bien si no fuera porque pescan con dinamita y están destruyendo esa riqueza.

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.