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Seguirán proceso penal a chiricanos por delito ecológico julio 29, 2008

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Volcán Barú.

Ministerio Público reabre caso contra indultados por delito ecológico

Fiscal asegura que se continuará con el proceso de indagatoria de las personas presuntamente implicadas.

ESPECIAL PARA LA PRENSA/ Sandra Rivera
SENDERO. El denominado Camino Ecológico pasaría por Hato Chiquero, El Respingo y Los Quetzales.

Sandra Alicia Rivera
DAVID, Chiriquí.

La Fiscalía Primera Superior reabrió el caso que fue archivado luego del indulto concedido por la presidenta Mireya Moscoso contra 14 personas acusadas de delito ecológico.

Estas personas están involucradas en la apertura de una trocha de cinco kilómetros de largo en un área protegida del Parque Nacional Volcán Barú (PILA).

El fiscal Primero Superior, José Henríquez, manifestó que desde 2004 esta dependencia abrió el caso basado en el fallo de la Corte Suprema de Justicia que deja sin efecto el Decreto Ejecutivo 317 del 27 de agosto de 2004, mediante el cual la presidenta de la República, Mireya Moscoso, indultó al grupo.

El denominado Camino Ecológico pasaría por las áreas de Hato Chiquero, El Respingo y Sendero Los Quetzales. Afirmó que ya el caso estaba bastante avanzado, incluso se había identificado a las personas involucradas y se les estaba llamando para que rindieran declaración indagatoria.

Hernández dijo que ese delito se dio cuando estaba en vigencia la ley forestal de Panamá de 1994, que prohíbe la tala en áreas protegidas.

“Donde se abrió la trocha, está prohibido talar árboles, por tanto, existe un delito confirmado, lo importante es que se realizó una tala a sabiendas de que no se podía hacer, ahora se debe conocer cuál era en realidad la intención”, afirmó.

Según el expediente los involucrados son: Graciano Cruz, Rafael Santamaría, Juan Fernández, Arcadio Santamaría, Carlos Ábrego, Horacio y Alfonso Tapiero, Jacob Quiroz, Daniel Pérez, Rubén Boutet, Jorge González y Porfirio De Gracia.

El gigante de piedra de las montañas de Chiriquí julio 19, 2008

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CUENTOS DORACES

– XXVI –
EL SALVAJE

«El Salvaje» era un gigante de piedra que recorría la cordillera gritando y asustando a toda la gente. Como no tenía coyunturas él no podía sentarse nunca y para descansar se recostaba en las montañas. De la cumbre de Cerro Hornito daba un paso y quedaba en Cerro Viejo; daba otro paso y quedaba en la India Vieja y de allí a Cerro Horqueta y por último a los Picachos que quedan tras el Barú. En la mano llevaba una rama de árbol arrancada al pasar en su viaje, viaje que luego repetía al revés, perdiéndose entre los riscos del Pavón y Cerro Iglesia más allá de las montañas de Tole. Se decía que el «Salvaje» tenían una jauría de perros encantados a los que llamaba con el grito de «Chopo, jo, jo», y al que los perros contestaban con un ladrido distinto pues en vez de decir «jau, jau» dicen «jei, jei» en tono como de lamento o de temor.

Cuando el salvaje recostado en las rocas del Barú, se rascaba con ellas la espalda, temblaba la tierra.
Muchos cazadores y guaqueadores perdidos en las oscuras selvas cuentan que han oído los gritos del «Salvaje» llamando a sus perros, y hasta alguno ha visto su enorme cuerpo de piedra, inmóvil y silencioso entre los montes.

*Posiblemente el origen de este «cuento remoto» se halla en la existencia de estatuas colosales, dispersas entres los bosques, unas casualmente halladas, como los monolitos de Barriles; otras vistas de paso y otras aún no descubiertas.

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.

Historia del shaliba Obisa Calé julio 19, 2008

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CUENTOS DORACES

– XXIV –
OBISA CALÉ

Por allá por los lados de Caisán entre las vueltas del río, en el lugar que hoy ocupan los poblados de Monte Lirio y Rabo de Gallo, había un asiento de indios indómitos, los «shalibas». Esos indios eran fuertes y agresivos y a diferencia de los dorasques y otros grupos que vivían pacíficamente de la caza, la pesca y el cultivo del maíz, con frecuencia asaltaban los palenques vecinos o lejanos, robaban, mataban y cometían miles de tropelías. Aunque algunos «vecinos» blancos convivían con los indios sometidos a la autoridad de los castellanos y éstos con sus mejores armas y medios de defensa atemorizaban a los pueblos enemigos, la amenaza de un asalto o una invasión sorpresiva pendía siempre como una sombra maléfica sobre los pueblos nuevos. «Mata del Colibrí», el pueblo que ya había sufrido la experiencia de asaltos, invasiones y emboscadas, gozaba de una época de bastante tranquilidad. Aprovechando esos días de bienestar, el Cura dispuso mejorar la rústica iglesia y reemplazar los redondos troncos por vigas y tablas labradas. Terminados los trabajos de siembra y cosecha en los «Comunes», los indios se dispusieron a juntar la madera que se necesitaría para la reparación de la iglesia. Confiados en la tranquilidad de que venían gozando y atentos a su trabajo descuidaron la vigilancia de los caminos y de pronto tuvieron la gran sorpresa: como serpientes los chalibas se habían acercado y rodeaban el pueblo. Los hombres se armaron y las mujeres con los niños huyeron por el único camino que les quedaba libre el paso del «Yavi» por el «Bajo los Negros», para por allí seguir hacia Río Chico al amparo de los castellanos. Los vecinos blancos organizaron apresuradamente sus fuerzas para repeler el ataque que les venía por tres lados, pero la turba de los chalibas era más numerosa y venía al mando de un Balú famoso llamado Obisá Calé.

Destrozados en el lado noreste de la población, los doraces retrocedieron y se dispersaron por los bajos del río, lo que hizo creer a los chalibas que ya habían conseguido el triunfo.

Dieron vueltas alrededor de la iglesia y marcharon por las calles dando berridos de alegría. Obisá Calé y sus capitanes cogieron la callecita al sur de la plaza en donde se hallaba escondido en un «yuco de montaña» el español Esteban Catalán. En un momento, frente al árbol se detuvo el Balú dando saltos y vueltas de alegría y al levantar los brazos con su escudo de macho de monte, desde su escondite el español le arrojó una lanza que se le clavó debajo del brazo y le tocó el corazón. Con bramido de animal salvaje Obisá se desplomó.

Aterrados sus- compañeros creyeron que se les venía encima la tropa de españoles y llevando el cadáver de su jefe huyeron hacia el saliente por el camino que lleva a los Cerrillos. Los dispersos doraces regresaron al pueblo y junto con los vecinos blancos se reunieron en la iglesia a dar gracias a Dios por el nuevo milagro dispensado.

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.

Las invasiones de Chánguinas y Miskitos julio 19, 2008

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CUENTOS DORACES

-XXIII –

LAS INVASIONES

Ya los doraces se habían unido a los castellanos que vivían en Alanje. Ya entre los bohíos de «Mata del Colibrí» (Dolega) había casas rústicas que aunque hechas con los mismos materiales del lugar, eran mejores y más cómodas que los antiguos ranchos. Ya algunas valerosas familias blancas se habían atrevido a venir a convivir con los diezmados indios y tesoneramente se empeñaban en irlos educando en otras maneras de vivir. La tierra producía y los hatos prosperaban. Más de una vez los castellanos acompañaron a los indios en sus incursiones a otros lugares en busca de víveres distintos y más de una vez los indios ayudaron a los castellanos a repeler ataques de tribus enemigas no sojuzgadas.

Vivía aún uno de los fundadores del pueblo, Ño Miguel Miranda quien acaso por su edad u otras causas no acompañó a su gente a la acostumbrada excursión a Burica, a donde iban a proveerse de sal y de cocos, de los cuales obtenían el aceite para su alimentación. En el recién establecido pueblo sólo quedaron algunas mujeres al cuidado de los niños, el mencionado Ño Miguel Miranda y el anciano cura Fray Manuel.

Tranquilos en sus ocupaciones, fueron alarmados con la noticia que les trajo un indio de Caldera: Chánguinas y mosquitos en considerable número venían en dirección del pueblo. Acongojado Fray Manuel decía: Ay, Fray Manuel, ¿qué será de ti esta noche? ¿Qué quedará de nosotros? — Al oírlo, Ño Miguel le dijo: «Padre, si tiene miedo, váyase con las mujeres y escóndase en el Bajo de los Negros, que yo con los muchachos defenderé la iglesia». Fray Manuel y las mujeres se fueron a esconder en el lugar indicado y Ño Miguel se preparó a defender la iglesa, el lugar más seguro del Pueblo. La pequeña iglesia estaba construida con gruesos troncos, algunos de los cuales eran más bajos que los otros y formaban como pequeñas ventanas o troneras a las que se subía por troncos con muescas, a modo de escaleras interiores. Sobre la entrada principal había una pequeña torreta y en ella la campana que habían traído de Alanje. Como el techo era de penca de palma y paja, él mandó que los muchachos trajeran a la iglesia todos los «tulos» de agua que tuvieran en sus casas y todas las vasijas de metal de los «vecinos» blancos para que las tocaran con una piedra cuando él lo mandase. Con canutas de palma preparó varios petardos y armado con su arcabuz y un tulo de agua se subió a la torreta. Cuando los muchachos vigías avisaron que se acercaban los indios enemigos, No Miguel hizo prender los petardos. Tocó a rebato la campana y los muchachos golpearon con piedras las vasijas de metal. Desde la torreta y por las troneras Ño Miguel disparaba su arcabuz y con gritos animaba a los muchachos como si hubieran sido numerosos soldados. Al oír tal estrépito, los atacantes creyeron que el pueblo había sido avisado de la invasión y habían tenido tiempo de llamar en su socorro a los castellanos de Alanje. Temerosos de un fracaso, no se atrevieron a atacar el pueblo y cogiendo hacia el saliente se dirigieron rumbo a Gualaca.

Pasado el peligro fueron a buscar a Fray Manuel a quien hallaron arrodillado en compañía de las mujeres, rezando y pidiéndole al Señor de las Maravillas que salvase a su pueblo.

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.

La madre del maíz en Chiriquí julio 19, 2008

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– XXI –
CUENTOS DORACES

AB-TOO

«Ab-too» significa en dorace  «madre del maíz». Según cuenta la tradición, en tiempos muy viejos, muy viejos, de las montañas del norte bajó una mujer extraña, alta y fuerte que traía sobre su espalda una gran java llena de mazorcas de un grano amarillo que ellos no conocían. El largo cabello de la mujer estaba recogido en muchas trenzas que en el extremo se mudaban con los capullos y las mazorcas quedaban colgando y al caminar ella entre troncos, plantas y piedras, las mazorcas se golpeaban y los granos iban cayendo por el camino y así nacían matas de maíz. Ella llevaba en el brazo una chácara y le allí sacaba granos que tiraba lejos. Se fue lejos y después de mucho tiempo volvió a pasar y en lugares en donde habían cuidado las matitas y encontró nuevas mazorcas se detuvo y enseñó  cómo  se puede utilizar el grano, triturándolo en las piedras que aún reciben el nombre de «tumbas». Ella indicó los lugares en donde se encuentra la piedra suave que se puede tallar con otra piedra y les enseñó a hacer muchas cosas buenas y útiles, sobre todo el empleo del maíz. Guando ella creyó que ya habían aprendido a cultivar el maíz y á emplearlo como principal comida, se volvió para su país lejano. Para recordarla siempre tallaron su figura en una gran roca de la montaña, roca que se ve desde muy lejos entre la verdura del monte y que le ha dado a ese lugar el nombre de «La India Vieja».

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.

Venganza entre Doraces y Gualacas julio 19, 2008

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CUENTOS DORACES

VENGANZA

Existía vieja rivalidad entre los dorasques y los indios de Gualaca y se molestaban mutuamente sobre todo cuando los dorasques iban a pescar al río Chiriquí. Los indios de Gualaca eran más hermosos que los dorasques y más de una vez, a pesar de la vieja enemistad, algún dorasque se enamoró y robó una gualaqueña y algún cholo de allá hizo lo mismo con alguna dorasque. Un joven dorasque se enamoró de una doncella gualaqueña y aunque sabía lo mal que miraba aquella gente su pretensión, desafiando los peligros del camino iba con frecuencia a encontrarse con su enamorada. De uno de esos viajes no volvió y nunca supieron qué había sido de él. Tiempos después otra gualaqueña se casó con el hermano del desaparecido y una vez que estaban en el monte trabajando ella le dijo «¿De modo que nunca más supieron de tu hermano el que se perdió en Gualaca?» A lo que él contestó: «Nunca supimos nada». — Después de un rato de silencio ella agregó: «Ahora que ha pasado tanto tiempo, yo te voy a decir cómo pasó la cosa: A tu hermano lo ahorcaron con una horqueta mientras estaba agachado bebiendo vino de palma. Con la horqueta le sujetaron la cabeza y allí mismo lo enterraron. Yo te daré las señas para que lo conozcas, porque él también sabe cómo eres tú. Ahora andan por Changuinola». Al saber estos detalles, el hombre no pensó más que en vengar la muerte de su hermano, no sólo en el asesino, sino en toda la tribu. Convidó a otro dorasque y armados con lanza se fueron a esperarlos en el camino que ellos sabían que tenían que pasar al regreso de su viaje. Se detuvieron sobre una lomita llamada Olia Batkal (Copé derribado), en una estrechura del camino y parados allí iban saludando a todo el que pasaba: «¿Cué apó so? » (¿estás bueno?) hasta que reconocieron al que buscaban. El dorasque le tiró la lanza que el gualaqueño de un salto agarró en el aire y se inclinó para devolverle el golpe. Pero en ese instante el compañero le dio su lanza y los dos golpes se cruzaron como un relámpago y ambos cayeron muertos ante la indiada silenciosa que se llevó el cuerpo de su compañero. El dorasque vivo enterró a su compañero y luego regresó a su tierra. Se detuvo en el lugar llamado Suma-gó (mata del drago) y mientras descansaba se puso a pensar que no todo estaba hecho, y que él tenía que cumplir parte de la venganza. Cogió su cerbatana y sopló hacia Gualaca una -tremenda borrasca acompañada de rayos y truenos que duró quince días. La tempestad cesó cuando una mujer «seguita-doguita» que hacía tiempo vivía allá, pudo conjurar el mal tiempo. Cuando los dorasques supieron que el temporal había pasado y que quedaban sobrevivientes, decidieron acabar lo empezado. Desde el sitio llamado Oi-go (Mata de pava) el mismo dorasque que había provocado la tempestad con su cerbatana envió un nuevo soplo hacia Gualaca. Allá la gente comenzaba a reparar los daños sufridos, cuando una mañana vieron que en la plaza había dos novillos, uno negro y otro carmín fuego, que ellos tomaron corno animales escapados de sus pasteaderos por el mal tiempo. — Como había tanta necesidad el jefe ordenó que sacrificaran los novillos y que la carne fuera repartida entre la gente. Las madres de familia corrieron a cocinar la carne para darla a sus hijitos, pero con pena vieron que la carne no se ablandaba. La picaron en trozos más pequeños, pero la carne seguía dura y echando sangre. Oprimidos por el hambre trataron de comer las repugnantes presas, más al poco rato comenzaron a sentir fuertes dolores y morían vomitando sangre. Así se acabó ese pueblo y los pocos que sobrevivieron se fueron lejos, más allá del Estí. Y hasta allá los persiguió la venganza de los dorasques porque un día, cuando ya estaban poniendo los caballetes de las nuevas casas, uno gritó que iban llegando los doraces y en el tumulto que se formó tratando de ponerse a salvo, muchos murieron. Así terminó la venganza del Dorasque.

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.

La piedra pintada de Caldera julio 19, 2008

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– XXII –

CUENTOS DORACES

LA PIEDRA PINTADA DE CALDERA

La así llamada Piedra Pintada, es una enorme piedra sobre la cual quién sabe qué manos de indios esculpieron dibujos y figuras, algunos de un trazado perfecto. El tiempo y los agentes atmosféricos han ido desgastando y borrando las figuras que aparecían en la cara superior, pero las que se encuentran en la cara perpendicular se ven perfectamente. Unos piensan que esa piedra fue un altar que los indios erigieron a sus antiguos dioses. Otros dicen que los doraces dejaron allí un mensaje representado con los signos ideográficos que ellos usaron para comunicarse unos con otros. Pero hay una tradición más: que bajo esa enorme piedra yace sepultado un gran tesoro compuesto por figuras de oro, las mismas figuras que aparecen dibujadas en la piedra. Ningún dorasque tocará ese tesoro, pero vendrán extranjeros que se apoderarán de él. Pondrán debajo «tierra de temblor y de fuego» y la piedra saltará en pedazos hasta el cielo. Los que hagan esto tendrán que huir en tres direcciones: hasta la mitad de la plaza de Caldera, hasta el llano de Troya, y hasta la «Vuelta del Jobo». Rota la piedra negra y la plataforma de piedra amarilla que cubre el depósito, encontrarán las figuras de oro. Ese tesoro está custodiado por un espíritu o «dago familiar» de los doraces y ninguno de la raza se expondrá a los males que le vendrían si intentase tocar el tesoro. Eso sólo lo harán blancos extraños y poderosos sobre los cuales no tienen poder los «dagos» del antiguo pueblo de los doraces. Mientras, allí sigue la piedra con su mole enorme, con sus signos misteriosos, memorial o mensaje que los indios de hoy muchas veces contemplan melancólicamente como si oyeran en ella el eco de una voz extinguida.

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.

El salto de los Nicaraguas en Boquete julio 19, 2008

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CUENTOS DORASQUES
EL SALTO DE LOS NICARAGUAS

A la entrada de Boquete, en el mismo lugar por donde hoy desciende la carretera al Bajo, hay dos mesetas o pequeñas planicies, una más alta que la otra, y que por estar cubierta de hierba se distinguían muy bien desde el Bajo. A estas mesetas las llamaban el «Salto de los Nicaraguas» porque allí acostumbraron a pasar una partida de nicaragüense que desde la Costa (Bocas del Toro) entraron a Chiriquí por el viejo camino usado por los doraces para ir a Changuinola a buscar pescado y otras cosas. Estos hombres trajeron mulas, animales poco conocidos y que hicieron huir espantadas a las yeguas que pastaban por el alto.

Allí en el alto de Boquete pasaron algún tiempo y luego bajaron a los llanos de Dole-go. Se portaron muy bien con los dorasques y éstos con ellos. De vez en cuando hacían sus salidas, pero nadie supo qué interés tenían ni qué buscaban. Ellos tenían herramientas y unos instrumentos de cortar piedra. Eso hace pensar que eran mineros. Con sus herramientas ellos arreglaron mucho los caminos, y aún por entre los desfiladeros del Salto se puede ver entre la maleza y las raíces, partes del camino empedrado por ellos. Por ese tiempo vivía en Dolega un indio llamado Jerónimo Samudio que era muy hábil pescador. Los nicaragüenses lo contrataron para que fuera con ellos y se fueron por el camino de Caldera, y siguiendo por Bajo Méndez llegaron hasta el río Chiriquí al lugar llamado «Charco de Mulas», porque no se sabe por qué misterio, en los arenales de la orilla se ven huellas de cascos de mulas, aunque nadie nunca ha visto los animales. Después de pasar un rato allí los nicas se metieron al agua y no volvieron a salir. Jerónimo Samudio también entró por el mismo vado y entró como a otro mundo, donde había sabanas, bosques y claros de montaña con sol, pero no vio por ninguna parte a los nicaragüenses. Los doraces creyeron que los nicaragüenses se habían ahogado, pero Jerónimo les dijo que no y que él no se había quedado con ellos porque aún no era tiempo. El le dijo a su mujer Catalina Gallegos: quédate en el pueblo con tu familia que yo me quedaré aquí. Ella le obedeció y él se quedó como jugando con el agua en el río Cochea, en el llamado Paso del Ganado, pero tampoco regresó a su casa. La mujer lloraba mucho y el padre de crianza de Jerónimo le decía: «¿Por qué lloras? Ya no te molestará más pidiéndote chicha y además antes de irse él dijo que quedarías abandonada». Más preocupado por las murmuraciones de la gente se fue a buscarlo o a saber algo de él. Se fue al río Chiriquí y se sentó por la noche en una gran piedra que hay a la orilla del Charco Luna. Se entretuvo fumando cuando le pareció que oía chasquido de piedras por las orillas del río. Vio venir un hombre que traía los pies calzados con planchas de laja azul (suaga) y el pecho todo cubierto con un peto de piedra. Ese hombre caminaba sin mover las piernas y al acercarse le dijo: «¿Qué hace aquí, tata? » A lo que el viejo contestó: «Venía a saber qué habías hecho». Si usted me busca, es porque quiere. Ustedes saben que- yo tenía contrato con los nicas y que me he quedado por mi gusto en las cabeceras del río Chiriquí para que nunca vaya a suceder una desgracia; con mi alma en pena yo seré el rescate de mi pueblo. Si usted quiere salir con bien, vaya a buscar el murciélago de oro que está entre las raíces del satra y la lanza que está al pie del algarrobo en el Paso del Ganado. Regresó Casimiro que así se llamaba el tata de Samudio y le contó todo al Gran Dorasque. Este le dijo que no parecía un hombre de experiencia para no comprender lo que quería decirle su hijo. Que la lanza era una víbora negra y el murciélago de oro un alacrán venenoso.

Hace siglos de esos sucesos extraños. Sólo queda en Boquete el nombre de Salto de los Nicaraguas y en Caldera, en el río Chiriquí, el «Charco de las Mulas» cuyo rebuznos se oyen en las noches serenas y el hermoso Charco de Luna en el que se le ve brillar entre las piedras azules del fondo, como camino de un país encantado.

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.

El Balú y la vieja Apobó julio 19, 2008

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CUENTOS DORASQUES

EL BALÚ ACSHILA Y LA VIEJA APOBÓ

El sabio y poderoso Balú Acshila fue bautizado y recibió de su padrino castellano el nombre de Esteban Catalán. Aunque ya no era joven y sus hijos tenían familia grande, el se conservaba fuerte y ágil y gobernaba bien su gente de acuerdo con el cura del pueblo y del jefe español.

Todos los veranos los doraces pasaban la cordillera y bajaban por los ríos del norte para pescar los sabrosos peces que sólo se crían en los pequeños afluentes del Changuinola y del Sixaola* Cuando regresaron de su viaje trajeron consigo una mujer blanca, una francesa que había estado prisionera de los chánguinas y que ellos habían encontrado perdida en la montaña. Se la entregaron al Padre Joaquín Rodríguez y él la bautizó con el nombre de Joaquina Rodríguez y después se la dio por esposa al Balú Acshila. Del nuevo matrimonio del Balú nacieron tres niñas blancas que se criaron en el convento con mucho cuidado y esmero.

En Cochea vivía un hombre bautizado con el nombre de Patricio Ríos (en el lugar que aún recibe el nombre de Paso de Patricio), y ese hombre se robó a la segunda de las hijas Blancas del balú, la llamada María Polonia Catalán. — El Padre Joaquín Rodríguez, tutor de las niñas estaba avergonzado por que había ocurrido y el Gobernador español mandó buscar Patricio Ríos para castigarlo si no se casaba con la niña. El indio fue puesto en el «rollo» y recibió cincuenta azotes que no le hicieron siquiera parpadear. Después él dijo que se casaría si la mujer que lo había criado daba su consentimiento.

Esa  mujer,  llamada  en  indio  Apobó y  en castellano Juana María Araúz, vivía en El Flor, y cuando supo el castigo que le habían dado a su hijo se llenó de dolor y se negó a dar su consentimiento, porque ella decía que no quería que su hijo le casara con esa blanca carilarga como perra. Por esa ofensa  el Balú  mandó  que  la azotaran  en  el  «rollo» y al fin, encida  por  el   dolor  dio  su  consentimiento.  Poco  tiempo después el otro criado de la vieja Apobó, llamado Sebastián Jiménez, se enamoró de la hija menor del Balú; la pidió en matrimonio y le fue dada aunque sin el consentimiento de la vieja Apobó, quien por su terquedad fue nuevamente azotada con el «rollo». Cuando bajó del tronco del suplicio le dijo al jefe indio: «Balú Acshila: irga agai» que en castellano quiere fecir:  «Llorará tu corazón» y se fue para su casa en el monte de El Flor (Iri-ish).

Pasó el tiempo. La hija mayor del Balú, la llamada María de los Santos Catalán se casó con Gervasio Santamaría, del lugar de San Lorenzo, donde formaron una gran familia. El Balú se había quedado solo en su gran casa cercana a la iglesia y al convento, en donde se habían criado sus hijas blancas y cercana también a la casa del pueblo de la vieja Apobó, en cuyo corazón estaba siempre clavada la espina del gran dolor sus hijos desmerecidos por un matrimonio desigual. Una noche el Balú sintió que golpeaban a su puerta y en indio decían: «¿Balú, cábiga? » que quiere decir «¿estás dormido? » por tres veces le hicieron la misma pregunta y al fin él contestó en castellano: «No; yo estoy despierto»; entonces Apobó siguió diciendo en lengua «levántate y ven a tomar esta totuma de chicha que te traigo». Aunque era temprano de la madrugada él cogió la totuma y bebió. La vieja sólo dijo «me voy» y él guardó la totuma en que había bebido. A la mañana siguiente, ya el sol alto, pensó en que por qué la Apobó había venido a darle chicha en la noche y malicioso fue a ver la totuma que tenía el fondo manchado de sangre. La chicha era sangre y él la había bebido: Furioso se fue a la casa de Apobó y mostrándole la totuma manchada le dijo » ¿Qué quiere decir esto? » ella contestó medio en indio y medio en castellano «ba, tara; ba, calcó, badeta, badeta (ya, hombre, ya pedazo de madera; ya vete); vete con tus trastos que ya te tengo fregado». A lo que el Balú contestó «¿Que me vaya con todos mis trastos? No allego yo al otro mundo sin que antes de prender candela tú con todos tus trastos llegarás al infierno».

Pasó como un año sin que nada ocurriera, pero tanto el Balú como la vieja Apobó mantenían el odio en su corazón y nada más esperaban una ocasión para cobrarse la ofensa.

Ya como en diciembre el Balú se fue con sus yernos a la montaña de Los Bobos (Palmira) a preparar las tierras para la siembra nueva. El sentía que ya su gran viaje estaba cerca y con dolor pensaba que la vieja Apobó se quedaría para contar su cuento y eso le aturdía la cabeza y le amargaba la boca. Al medio día después de almorzar, mientras sus yernos afilaban los machetes, tendió una manta y se acostó con los ojos cerrados, a pensar. Estando así oyó arriba del árbol un ruido y vio que venía bajando un huevo de gallina y le cayó sobre el estómago. El lo cogió, se levantó y se acostó en otro lado; pero allá también le cayó otro huevo y luego otro. «¿Gallinas aquí? » se dijo él. «No, estas son cosas de Apobó que me quiere decir que aunque esté lejos, ella me sigue los pasos». «Ella puede y yo puedo también» y cogiendo su cerbatana sopló los tres huevos en dirección a El Flor donde estaba la vieja Apobó y le golpeó el corazón y murió de una vez. Pero antes de echar el último aliento, levantó el puño hacia el norte, hacia donde volaban los pájaros y allá en la montaña, bajo su manta, el viejo Balú sintió que algo se le rompía dentro del pecho y que antes de que se apagaran las brasas ya él no sería nadie. Los dos enemigos se destruyeron uno al otro.

—-

* En algunos de esos ríos se cría un pez de carne exquisita llamado «bocachica». Durante el verano, muchos chiricanos cruzan la cordillera sólo por darse el gusto de comer «bocachica» fresco, aunque también lo salan y ahuman. Todo estaría bien si no fuera porque pescan con dinamita y están destruyendo esa riqueza.

Referencia: Beatriz Miranda de Cabal. 1974.  Un pueblo visto a través de su lenguaje. 113 pp.

El ferrocarril que Chiriquí perdió julio 18, 2008

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BREVE HISTORIA DEL FERROCARRIL NACIONAL DE CHIRIQUI

Por Ley número 29 de 19 de febrero de 1913, reformada por la Ley 1. – del 4 de septiembre de 1914, se autorizó al Poder Ejecutivo para llevar a cabo los estudios necesarios para determinar la cantidad de millas de ferrocarril que debían de construirse en la República y la localización de las mismas.

En el mes de diciembre de 1913, la firma R. W. Hebard & Co. Inc., a quienes se le había encomendado los estudios de un ferrocarril en la provincia de Chiriquí, rindió un informe sobre los estudios efectuados el cual fue sometido a la consideración del siguiente cuerpo de Ingenieros nombrados por el General Geo W. Goethals, Presidente de la Comisión ístmica del Canal; Capitán R. E. Wood, del Ejercito de los Estados Unidos y a A. S. Zinn, de la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles.

En el mes de febrero de 1914 se firmó el Contrato entre don Ramón Acevedo, Secretario de Fomento del Gobierno de Panamá y R. W. Heabord 7 Co. Inc., para la construcción y equipo del Ferrocarril.

En abril del mismo año se dio comienzo a los trabajos de construcción, de los siguientes ramales:

David – Pedregal 4 millas;
David – La Concepción 18 millas
David – Boquete 28 millas
David – Potrerillos 7-1/2 millas

El ramal David —La Concepción fue terminado en el mes de febrero de 1916, y los de David— Boquete y Potrerillos el día 15 de abril de 1916. El día 22 de abril de 1916, el Excelentísimo señor Presidente de la República, Doctor Belisario Porras (q.e. p.d.), inauguró oficialmente el Ferrocarril Nacional.

En la fachada del edificio del Ferrocarril Nacional de Chiriquí está esa placa que conmemora el recuerdo permanente del Dr. Belisario Porras, bajo cuya administración presidencial fue construido el Ferrocarril.

En virtud de la autorización que contiene la Ley 27 de 7 de noviembre de 1924, y en representación del Gobierno Nacional, el señor Enrique Linares, en su carácter de Secretario de Estado en el Despacho de Agricultura y obras Públicas, contrató con el Ingeniero Florencio Harmodio Arosemena, los trabajos de construcción del Ferrocarril, de Concepción a Puerto Armuelles, y un muelle en Armuelles, mediante los siguientes contratos: Contrato número 58 de 13 de agosto de 1926 y contrato número 73 de 22 de octubre de 1926.

Estas obras fueron inauguradas por el Excelentísimo señor Presidente de la República, don Rodolfo Chiari, en las postrimerías de su administración en el año de 1928.

No nos ha sido posible conseguir las fuentes de información que nos permitan establecer el costo original del Ferrocarril, y únicamente hemos podido averiguar que en el mes de noviembre de 1914 se puso a la venta la primera emisión de bonos del 5% de la República de Panamá, con el fin de agenciar fondos, para las obras del Ferrocarril y los cuales fueron adquiridos en su totalidad por el National City Bank de New York.

El Ferrocarril Nacional de Chiriquí se constituyó en una entidad semi-autónoma del Estado, con personería jurídica propia, mediante decreto número 14 de 10 de febrero de 1945.

Es una institución de fomento y se dedica al transporte de pasajeros, y carga.

Sus Superintendentes fueron los siguientes:

Sr. Dregby de 1916 a 1918
Sr. Augusto Clement de 1918 a 1921
Sr. Foster de 1921 — duró 6 meses.
Sr. O. Brayan de 1921 a 1922
Mr. Garen de 1922 a 1923
Mr. I. P. Lorio de 1924 –
Sr. Fernando De Puy de 1925 a 1926
Sr. Alberto Vallarino de 1926 a 1931
(En esta administración se construyó el Edificio de la Estación y Oficinas en David).
Sr. Fabio de Obaldía de 1932 a 1936
Ing. Manuel Balbino Beluche de l936 a 1939
Ing. Manuel Virgilio Patino de 1940 a 1941
Ing. Juan B. McKay de 1940 a 1941
Ing. Antonio Enríquez de 1941 a 1946
Ledo. Félix Abadía A. de 1946 a 1949
(En esta administración se extendió el ramal a San Andrés)
Sr. David Trujillo sólo ejerció un mes
Ing. Luis Estenoz de 1949 a 1951
Sr. Isaac D. Osorio ejerció 6 meses
Sr. Rafael Alegre J. de 1952 a 1960
Sr. Rafael A. Galán R. de 1960 a 1968
Sr. Aram Osigian O. de 1968 a 1969
Sr. Ramón Alvarez A. ejerció 6 meses
Sr. José Andrés Segovia F. de 1969 –

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EL FERROCARRIL NACIONAL DE CHIRIQUI NACIÓ PARALELAMENTE CON EL PROGRESO DE LA PROVINCIA (testimonio escrito en 1974)
Por: MEDORO LAGOS

El 23 de abril de 1914, el doctor Belisario Porras, dejó conocer en la ciudad de David su irrevocable propósito de conservar y engrandecer la todavía recién nacida República de Panamá. Nada lo hacía sentirse más optimista y feliz que la iniciación de los trabajos de construcción de lo que habría de ser el Ferrocarril Nacional de Chiriquí.

Porras, uno de los estadistas de mayor visión que hayan existido en América Latina era el más decidido partidario de los ferrocarriles. Durante años, había mantenido una tenaz polémica con sus adversarios señalando que no importaba que el país estuviese despoblado, pues los ferrocarriles se construirían precisamente para poblarlo.

El doctor Porras había tenido siempre la intención de construir un camino de hierro de Panamá a David, pero con un presupuesto nacional que no llegaba a los cinco millones de balboas, y con las condiciones onerosas y denigrantes que exigían los Estados Unidos para la concesión de empréstitos, se vio obligado a realizar sólo una parte de sus sueños. Fue así como en 1916, procedió a la inauguración del Ferrocarril Nacional de Chiriquí, la obra de la cual tal vez se sintió más orgulloso en su larga y extraordinaria carrera como estadista.

Porras, no se equivocaba en su pasión por los ferrocarriles. Las estaciones construidas a lo largo de la vía férrea fueron el núcleo básico de la creación de nuevas poblaciones que hacen hoy del occidente chiricano la región más próspera y habitada de esta provincia. El ferrocarril no sólo pobló, sino que también por su capacidad de transporte de carga a más bajos fletes que cualquier otro medio, incluyendo las carreteras, tuvo efectos económicos multiplicadores para las regiones que atravesó.

Hará cosa de unos veinte años, inmediatamente después de la segunda guerra mundial, el auge de los automóviles llevó a no pocos observadores en todo el mundo a la creencia en la inevitable desaparición de los ferrocarriles. Rápidas y amargas experiencias demostraron no obstante que los caminos de hierro no sólo eran compatibles con las más avanzadas técnicas de comunicación, sino que en muchos aspectos mantenían ventajas sobre ellas.

Oficinas y Superintendencia del Ferrocarril de Chiriqu� en la Ciudad de David a inicios de la década de 1970

Oficinas y Superintendencia del Ferrocarril de Chiriquí en la Ciudad de David a inicios de la década de 1970

Hoy día (1974), el futuro de los ferrocarriles está asegurado precisamente en los países más desarrollados del globo. Las velocidades fabulosas de los aviones jets, las posibilidades que para el individualismo proporcionan las redes de autopistas y carreteras, no han podido desplazar a un sistema que no sólo tiene capacidades ilimitadas de carga, sino que las transporta a costos más bajo», aumentando la riqueza de las naciones y de sus usuarios. En CS!M era de viajes interplanetarios se construyen más y mejores ferroc.i rriles que en cualquier otra época de la historia.

El Ferrocarril Nacional de Chiriquí no fue planeado por Belisario Porras como una empresa comercial, sino más bien, y según sus propias palabras, “como un camino de penetración”. Sin embargo, agregamos nosotros, tampoco fue creado para constituir una carga al erario nacional y en eso estuvo a punto de convertirse a medida que el desenfreno político se fue acentuando en el país, y el ferrocarril fue considerado como un feudo para la explotación particular de los favoritos del régimen de turno.

Las inevitables deficiencias que acusó el ferrocarril, concebido no ya en función de servicio público, sino de objeto de saquen para beneficio de unos cuantos, fue atribuido al propio sistema y a lo que se llamó su “anacronismo”, como medio de transporte. El auge ya mencionado que los caminos de hierro tienen en todo el mundo, y la notable recuperación económica y técnica del ferrocarril de Chiriquí, a partir de la instauración del gobierno revolucionario, han demostrado cuan equivocados estaban sus enemigos y detractores.

Cuando el primero de agosto de 1969, bajo el gobierno revolucionario, asumió la superintendencia del Ferrocarril don José Andrés Segovia, la empresa disponía en los bancos de una cuenta corriente de 2.560 balboas, suma ridicula y al mismo tiempo escalofriante, pues hablaba por sí sola de que se estaba al paso del colapso. Al mismo tiempo habían descendido dramáticamente los niveles de carga y pasajeros, los trenes descarrilaban casi a diario y el servicio se interrumpía constantemente por deterioro de los puentes y vías de la ruta, y de las propias máquinas.

Unos meses después de iniciada la administración Segovia, la cuenta corriente en los bancos había aumentado en más de un centenar de miles de balboas. No se trataba, como se pudiera pensar, de una política de “ahorros”, en el sentido de reducir aún más las facilidades al público, sino de una política pura y simple de honestidad administrativa, puesto que al mismo tiempo que se recuperaba el crédito comercial de la institución, se había aumentado el sueldo a todos los empleados, después de haberse establecido su necesidad y eficiencia; se habían renovado los destartalados y viejos equipos de oficina y contabilidad, y se disponía la reparación de do una administración rigurosa, procediera a la adquisición del equipo más moderno en la materia.

La provincia de Chiriquí ha vuelto a poner sus ojos en el ferrocarril, como lo hizo en 1914, cuando el espíritu emprendedor y visionario de los chiricano, coadyuvó la realización de los sueños de Belisario Porras. La nueva administración, bajo un gobierno revolucionario, empeñado en servir con honradez a la patria, ha de mostrado que también aquí en Panamá los ferrocarriles tienen futuro.

Hacemos una exhortación a todos los economistas y estadistas nacionales a que mediten seriamente sobre este asunto.

Fuente: Osorio, Alberto; Gonzalo Salazar y Arnold Díaz Wong. 1974. HISTORIA DE LA CIUDAD DE DAVID. Edición Municipal. David. Chiriquí, República de Panamá. 431 pp.

En Puerto Armuelles había una gran red de ferrocarriles asociados a la actividad bananera, ferrocarril médico y ferrocarril de trabajadores y estudiantes. El Ferrocarril llegaba hasta Puerto Armuelles y era el único medio de transporte hasta que se construyó en la décad de 1970 la carretera de la Frontera hasta Puerto Armuelles

Ferrocarril de Chiriqui y Puerto de Pedregal
Ferrocarril de Chiriqui y Puerto de Pedregal. Andén del Ferrocarril de Chiriquí, el cual fundado bajo el gobierno del Dr. Belisario Porras. Podemos apreciar los diferentes carros utilizados por el caballo de hierro de los chiricanos.